Por Jeimy Alessandra Sánchez Galván
-Eres el elegido- dijo la anciana del pueblo mientras esbozaba una desdentada sonrisa.
Todos aplaudieron y felicitaron a Fuya, quien había sido elegido como sacrificio al dios Hatame.
Lo sentaron en una silla alta y recibió las ofrendas de los presentes: flores, frutas y joyas valiosas. Fuya soportó la ceremonia erguido, dando gracias y conteniendo la tristeza en su voz. Apenas llegó a casa, se echó a llorar sobre la cama. Fuera de su habitación, sus padres discutían por haberlo llevado a la selección final, así se le conocía al ritual que realizaban cada año para elegir al niño que sería el sacrificio de Hatame, el dios de la vida y la muerte.
Ser elegido siempre había sido su sueño, pero cuando se dio cuenta de que ninguno de sus amigos volvía, empezó a sospechar. Lo comprendió cuando vio a uno de los encargados de llevar a los niños a su destino, tirar huesos humanos al río, era lo único que quedaba de los elegidos, desde ese día se esforzó por mantenerse sucio y parecer poco digno para el sacrificio.
Este último año fue diferente, la anciana rechazó a todos los que lucían en perfecto estado y escogió directamente a Fuya, quizás la vieja descubrió su truco, quizás había algo más.
Por la mañana los encargados de llevar a Fuya llegaron a su casa y lo tomaron sin tan siquiera dejarlo despedirse de sus padres, no se resistió pues sabía que era inútil, dejó que lo subieran a la carroza y se sentó al lado de una mujer que poseía una daga.
-No tengas miedo, Hatame te llevará al paraíso- Dijo la mujer. Fuya la miró con repulsión para después volver a llorar en silencio.
-¿Cuántos años tienes?
-Doce.
-Eres afortunado, Hatame perdona a todos los niños de tu edad.
-¿Acaso no sabes que voy a morir?- Gritó Fuya con lágrimas en los ojos, la mujer se sorprendió y no volvió a dirigirle la palabra en todo el viaje, Fuya tenía razón, él iba a morir.
Cuando llegaron a lo más alto de la montaña, donde se ejecutaba el sacrificio, los guardias junto a la mujer lo llevaron a una cama donde dejaron las joyas, frutas y flores que había recibido, esperaron hasta la noche y cuando Fuya por fin se quedó dormido se retiraron del lugar, cuando sintió que ya se habían marchado, Fuya abrió los ojos y apretó con fuerza la navaja que había escondido en su bolsillo.
-Te esperaré, Hatame-