Por Nahela Rojo
Ya no encuentro en este cuerpo
más que un montón de uñas rotas
y mal cortadas;
un semillero de versos,
en una isla sin agua.
Están ahí, en el piso,
resueltos en su condición de estorbo.
Ellos no saben,
no entienden,
que la osteoporosis
nos agrieta la casa;
que ya no encuentro en este cántaro
ni ríos, ni agua.
Nos ahogamos en esta tierra recocida,
en este polvo que ni en pleno aire se levanta.
Soy todos los vestigios
de un temblor inadvertido.
Todas las voces
de una virgen de piedra.
Vino el huracán
y nos dejó la crecida,
las lápidas sin nombre.