Por Andrea Garza
En la casa de las muertes temporales
habita un animal imperfecto,
enemigo de sí mismo se persigna
con cuchillos y maldice con la señal
de la santa cruz.
Se devela como la bestia gimiente,
el llanto de la madre dolorosa,
oculto bajo el cuerpo de un niño
de sienes maldecidas, ojos plomos y
piel rojiza -deleznable figura-,
misterio carmesí.
En la quietud crepuscular
me mira,
me está mirando
en la sombra de los espejos,
tuerce la boca y suspira al cristal
revelándome que a través de
las ruinas especulares
se escribió todo mi ser.