Por Pedro Alcarria Viera
Pequeña como soy acojo
la muerte en mi centro.
Mi propio padre trajo
cuando era timonel,
la poesía, el hambre,
de Babilonia el veneno,
para hacerme más bella y deseada.
Me encendió los labios y
los ojos,
trazó con líneas iguales
rostro y alma.
Me complace tener
damas de honor,
sirvientes, bestias con librea,
jardines con armonios
y ángeles de piedra,
en las cornisas de palacio
encaramados archiduques
y verdugos,
salones de baile adornados,
con astutos vestidos de fiesta
y astros de cartón pintados
con sebo para velas,
en la cochera calabazas,
liras en la leñera.
Y soy tan bella como una rosa
culpable.
Pero cuántas veces que
jamás serán suficientes,
debo irme reina y virgen
a la cama,
debo devorar perdices
hasta hartarme.
