Por Raquel Pietrobelli Nunca voy a terminar de explicarme qué oscuros deseos me llevaron aquella maldita tarde de verano, a querer acortar mi ruta, y tomar el atajo que pasaba por el viejo cementerio del pueblo. Era un atardecer pesado, el aire se podía cortar como a una torta; la canícula castigaba la piel, haciéndola …
