Por Rolando Reyes López
Mi hada es una hada del tiempo, ella vive conmigo;
el universo afirma que las lluvias del Sur
le sirven de apellido y nutren los ojos del bardo.
Donde estoy no hay ríos, nieve ni montañas:
en mi paisaje solo existe ella.
Ella da vida al café de las mañanas,
viste de sustancias el calor de mis manos,
hace que yo recuerde el olor del campo primigenio,
el sabor adolescente del amanecer,
la inocencia de una rosa en el jardín,
y el sonido de la luz calentando mi piel.
Entre historia e historia, aplaudida tantas veces,
ella construye el destino del poeta;
mis padres la acurrucaron en sus corazones
y germinó la vida.
Dicen que ella atesora la fórmula
para el poema que abrirá los brazos
ante la osadía del reloj;
quiero leer esas estrofas junto a ella,
cultivar la misma naturaleza de su nombre femenino,
decirles a los hombres y a los poetas
que de ella bebió la verdad del universo mismo.
Ante ella abrí las alas, escalé las calles,
resolví los problemas matemáticos,
y escuché las verdades del primer hombre.
¡Que aventura la mía junto a ella!
Su obra enorme y misteriosa trajo de vuelta mi primer día.
Hago mi carruaje de tierra y mar,
es hora de volar a su lado,
llegar hasta el Olimpo imaginario de su cuerpo,
rodear el arca con mis manos desnudas
y soñar con la juventud del mundo, soñar ardientemente
con la lluvia de otoño besando sus pasos
y ser parte de su necesidad.
He de elaborar un verso noble
para que llegue hasta su horizonte,
solo entonces podré atreverme
a levantar el rostro tras mi balcón
la próxima vez que ella me llame.
