Por: María Susana López*
No hay violinista, sin madre de violinista.
Ella desde que lo engendró, lo había determinado. Su hijo sería músico.
Cualquier actitud de Wolfgang fuera de la meta establecida, era boicoteada.
Su tía, que lo consentía, no podía entender la insistencia de su madre en ese objetivo. Mientras tanto lo malcriaba en todo lo que podía o la dejaba.
-No llores querido, yo te voy a explicar, y así empezaba la conversación de su tía con su sobrino tratando que no se tome tan enserio las exigencias de su madre, y aprenda a disfrutar de la música como un juego. Entre ellos un sinfín de luces de colores, como vestidos de pájaros.
Pero el niño, en su soledad, no lo sentía así, quedaba recluido en su habitación. Su jaula de sueños.
Entre su práctica obligatoria entre profesores y solos, su cabeza voladora viajaba rumbos inciertos, jugaba al fútbol, montaba barriletes, jugaba a la bolita, o encantaba serpientes.
Sus intereses, eran muy distintos a los de su madre.
Así pasaba el tiempo, aprendiendo música, su madre saboreando por adelantado el éxito de su hijo. Así prometían sus maestros de acuerdo al eximio don que tenía para ello.
Wolfi, resistía como podía a las exigencias de su madre, pero cada vez se le hacía más difícil. Ante la negativa ella lo enclaustra castigado en su habitación, practicando.
Su resistencia llegaba al límite de su supervivencia, entonces Wolfi cedía, volvía al violín, a sus clases y se tomaba vacaciones de sus propias fantasías.
Su angustia y tristeza eran directamente proporcionales a los delirios de su madre.
Se había convertido en un prestigioso e infeliz violinista.
Su tía orgullosa del reconocimiento de su sobrino pero preocupada por su aislamiento, cada vez más ausente y alejado de sus proyectos.
Ante los ataques de rebeldía y la negativa de seguir con la música, lo encerró en su habitación, como si fuera todavía un niño,
El tiempo superó toda medida, le limitó la comida y bebida.
Wolfi, en ese tiempo, pasaba de la cama a la ventana, los gritos de auxilio a su tía nunca llegaron a ser escuchados.
No le importó desarmar su Stradivarius, la decisión había sido tomada.
Con las clavijas como gubias grabó sobre la pared, los sueños de niño, sus aventuras por realizar, un viejo mapa de algún tesoro, palabras no dichas, verdades que no decían nada y escondían todo.
El encierro, su propia hoguera que no se apagaba.
Su madre convencida, de que en el interior de su habitación, en su propio mundo, podría pensar y replantear su actitud, valorando todo el esfuerzo que hizo ella, para lograr su éxito.
Su tía insistente para ver al sobrino obligó amenazante a su cuñada, a cesar con la reclusión.
El silencio era absoluto, cuando abrieron la puerta, los delirios de la madre habían quedado truncos.
El joven decidió su libertad, sus anhelos provocadores como intenso terremoto.
Con las cuerdas atadas a su cuello Wolfi tocó la última canción.
*Nacida en Quilmes, provincia de Buenos Aires, Argentina. Profesora de Ciencias Naturales y Enseñanza Primaria, artista plástica, ceramista, escritora amateur. Participó en varias muestras, exposiciones, concursos literarios y formó parte de varias Antologías y colaboración de revistas nacionales e internacionales. Actualmente, continúa con la enseñanza y la expresión artística.