Por Emiliano David Montani (Argentina)
¿Te gustó la película?, le pregunté a María, pero ella me hizo cara de que no mucho mientras entraba a un quiosco a comprar caramelos. La próxima elegís vos, le dije para conformarla. Nos íbamos a quedar a dormir en la casa de su hermana, porque estaba bastante cerca del cine. Mientras caminábamos, el viento se hacía más frío y agresivo, la temperatura había comenzado a bajar y el cuerpo se nos encogía. Si bien éramos amigas, a veces en la oscuridad del cuarto o de la discoteca, nos dábamos besos y nos tocábamos. Nos decíamos que estábamos en la edad de experimentar para evitar el rollo “novias”. Unas cuadras antes de llegar, le propuse meternos en un terreno baldío donde hace años había una casa de dos pisos con aires de principio de siglo, ahora solo quedaban escombros, pasto mal cortado y unas chapas que hacían de perímetro cerradas con una cadena. Eso no nos impedía entrar y escondernos para besarnos, ya que a María no le gustaba hacerlo en público, le daba pudor o quizás no quería que la gente pensara que era lesbiana. A mí me daba igual, pero como me gustaba besarla, accedía a la clandestinidad de las sombras.
Entramos al terreno entre risas, nos sentamos en un montículo de ladrillos y María se llevó un caramelo ácido a la boca. La sensación de su aliento con sabor a frutilla me hacía querer lamer sus labios y su lengua más fuerte. Nos acariciamos suavemente, lentamente por debajo de la ropa y dejamos que el tiempo flote. Habremos estado unos diez o quince minutos así, cuando comenzamos a escuchar el sonido de unas sirenas aproximándose. Nos asustamos. ¿Será por nosotras?, nos dijimos. ¡Qué papelón!, pensé. Si nos llegan a encontrar así, quizás llamen a nuestros padres y no me dejen ver más a María. Nos comenzamos a vestir y dudamos en salir, ya que podíamos ver las luces del coche de la policía resplandecer muy cerca. Decidimos esperar a que se fueran para volver a la calle. Nos quedamos sentadas en silencio y tomados de la mano, por momentos, tiritando de frío por lo estático de la posición en la que estábamos. No teníamos reloj ni batería en el móvil para calcular el tiempo, pero supusimos que pasaron más de cuarenta minutos hasta que el patrullero y todos los demás vehículos que llegaron, se volvieron a ir.
Movimos las chapas y lentamente salimos mirando a todos lados, controlando los rincones. Nadie, ni nada a simple vista. Nos sacudimos un poco la ropa y comenzamos a caminar, mientras nos inventamos una excusa para contarle a la hermana de María, ya que nos esperaba hacía más de una hora y seguro estaba preocupada. Al cruzar la siguiente esquina vimos a un señor en camisón, pelado y con una postura amenazante, que comenzó a seguirnos lentamente. Nos asustó un poco su actitud y apresuramos el paso. ¿La policía lo estará buscando? me consultó María, a lo que le contesté: quizás es un viejo perdido, medio depravado o alguna mierda de esas, que sé yo.
Llegamos al portal del edificio, tocamos el timbre y una voz temblorosa nos atendió y nos dijo que bajaba a abrirnos, ya que el portero eléctrico no funcionaba hacía meses. Mientras esperábamos, le di un beso furtivo y ella se sonrió. Luisa, la hermana de María, apareció unos instantes más tarde y nos hizo entrar. Tomamos el ascensor y mientras subíamos Luisa nos miraba preocupada, pero sin hablarnos. Está enojada, pensé por dentro, y efectivamente al entrar al departamento nos preguntó de forma brusca dónde carajo habíamos estado, pero cuando comenzamos a relatar la historia que nos habíamos inventado, se largó a llorar.
-No saben chicas, me pasó algo horrendo-, nos dijo entre sollozos y aprovechó para sonarse los mocos, -Un viejo se suicidó acá a la vuelta, se colgó de un árbol. Yo lo vi caer y romperse el cuello, fue horrible. Una nena que jugaba en la vereda, comenzó a llorar y gritar, salió la madre y entre las dos, llamamos a la policía. Vinieron un montón de patrulleros, bomberos y ambulancias. Pero cuando llegaron ya estaba re muerto el viejo, no le podían sacar la soga del cuello, estaba como incrustada en la carne y lo tuvieron que levantar entre dos policías para cortarla. El cuerpo se les resbaló y cayó seco y duro contra el suelo. Horripilante todo, (frenó para sonarse la nariz), no sé si voy a poder dormir esta noche.
María me miró, tragó algo de saliva y luego miró a su hermana para preguntarle casi susurrando: el viejo este, ¿estaba pelado y tenía un camisón azul con rayas amarillas?, a lo que Luisa, con cara de asombrada, le afirmó con la cabeza. María se sentó a su lado y comenzó a llorar también. Entonces Luisa me miró con cara de no entender nada de lo que estaba pasando, se secó las lágrimas y me dijo bruscamente: ¿qué mierda está pasando?, ¿cómo sabe María que el viejo tenía puesto un camisón azul a rayas amarillas? Mi primera reacción fue dudar, luego aclaré la garganta y le contesté: Es que lo acabamos de ver en mitad de la calle, aquí a la vuelta y venía caminando hacia nosotros. Estaba pálido y parecía tener algo colgando en el cuello… Luisa no tuvo tiempo a reaccionar y contradecirme, porque comenzaron a golpear la puerta de forma insistente y violenta una y otra vez, sin parar.
