¿Qué hay más allá de la puerta?

Por: Brian Valdez Corona

Cuando crucé, el intenso destello blanco encegueció mis ojos que solo luchaban por poder
observar que había más allá de la puerta. La condena quedaba atrás y parecía que todo mi
cuerpo se difuminaba a una transparencia irreconocible y a una materialidad prácticamente
inasible. Intenté tocar con la yema de los dedos cada rastro de mi ser pero atravesaba el humo
blanco que emanaba desde el suelo. Cerraba los ojos para asegurarme de que esto no fuera un
sueño y, definitivamente, no era un sueño.


El día anterior, como cualquier otro, abrí los ojos al mismo tiempo que el sol despertó al
amanecer. Aquel rayo de luz iluminó mi retina y deslumbró la marca de un nuevo día al ritmo
que mi corazón latía fuertemente y me demostraba que aún vivía. Me levanté de mi cama
dura con la fuerza de los resortes que me empujaron hasta rebotar al piso y chocar con los
barrotes de mi celda. Los días duraban semanas en esta cárcel. Las semanas duraban meses;
los meses, años; los años, siglos; y los siglos, eternidades. Mi cuarto era el más pequeño de
toda la prisión, sin embargo, me parece que era idóneo para el tamaño de mi pequeño cuerpo.


Ante el lavabo sucio me quedé un par de minutos pasmado frente al reflejo del espejo que
delataba el rostro que cada vez reconocía menos. Era realmente lo más productivo que podía
realizar en esta condena: el reflexionar sobre mí y el analizar detalladamente cada gesto que
no había conocido antes. Entre estas olas de preguntas sin respuestas y reflexiones sin
objetivos, crucé la mirada hacia el largo pasillo que simulaba ser un sendero o una luz al final
del túnel, pero en un túnel que nunca había reconocido la luz. Era el camino a la puerta que
jamás había visto abierta. Y del otro lado, una puerta enorme, pesada, atascada y asegurada
con más de 2 cadenas y un par de candados, y además, siempre vigilada por tres guardias
altos, fornidos e impíos. La duda sobre qué hay más allá de la puerta invadió mi cuerpo y
toda mi celda demostraba al mismo tiempo la pregunta que carcomía lo más recóndito de mí.
La cobija anaranjada me cuestionaba sobre si aquella puerta era del mismo color, la misma
tonalidad que reflejaba un estilo de primavera, aunque aquí no pegara ni un rayo de luz más
allá de mi cama. El lavabo sucio parecía asemejarse a la suciedad de esa enorme puerta
—¿Será que no la limpiaban igualmente? O ¿Será que brillaba de lo limpia que se
encontraba?— cuestioné al instante, mientras me tiraba a la cama para observar el techo por
más de 10 horas y contar cada mancha de mugre que había allí. Al llegar a la mancha cien,
decidí cruzar aquella puerta, ideé un plan perfecto e infalible: al día siguiente aprovecharé la
hora de comida con los demás reclusos y escaparé hacia la majestuosa puerta sin que nadie
me detenga, y, ya ahí, la empujaré con todas mis fuerzas y de una vez por todas sabré que hay
más allá de la puerta.


Y así sucedió, llegó el guardia Vinoleón pegando con su tonfa en los barrotes de cada celda,
pero curiosamente, solo sonó la mía. Me levanté al instante frente a la salida y antes de que el
guardia regresará a mi puerta penitenciaria y la empujara para que yo pudiera salir. Me
encontraba listo para conocer la majestuosa puerta. El guardia me sacó de mi celda entre

empujones y gritos airados. Si previamente ya odiaba a cada guardia, ahora detestaba la
presencia de todas las personas, repudiaba tan solo la idea de tener visitas un día de estos, y
me enfurecía el paso lento de los reclusos. Caminamos todos en hilera hacia el diminuto
comedor a un ritmo cansino y casi milimétrico, cuando justo pasamos frente a esa puerta que
convenientemente estaba abierta porque los cocineros cruzaban por allí para ingresar a la
cocina por la entrada trasera. En ese momento, cómo si el diablo invadiera, aún más, mi
cuerpo. Rompí la fila. Empujé a todos. Grité desesperadamente y los guardias hicieron sonar
su silbato, pero no me importó nada y corrí rumbo a la puerta. Saqué todas mis fuerzas de lo
más profundo de mi cuerpo y empujé a los guardias quienes no esperaban un ataque mío y
cayeron por su mala postura. Al fin había cruzado la puerta.


Cuando crucé, el intenso destello blanco encegueció mis ojos que solo luchaban por poder
observar que había más allá de la puerta. La condena quedaba atrás y parecía que todo mi
cuerpo se difuminaba a una transparencia irreconocible y a una materialidad prácticamente
inasible. Intenté tocar con la yema de los dedos cada rastro de mi ser, pero atravesaba el
humo blanco que emanaba desde el suelo. Cerraba los ojos para asegurarme que esto no fuera
un sueño y definitivamente no era un sueño. Pude observar que mi cuerpo se hacía alma, que
mis actos malévolos caían como cascada y se convertían en la benevolencia de la vida, que la
muerte del otro era provocada por mí y mi muerte era provocada por él, que la eternidad
invadía mi alma, que lo mutable se hacía inmutable, que las ideas conectaban a las cosas y no
las cosas a las ideas, ví la luz como Alétheia . Frente a mi alma aparecieron escenas de mi
cuerpo, dejé de ser sensible y empecé a razonar todos mis actos pasados, desde la muerte de
mi hermano hasta la primera mentira dicha, pasando por mi infancia cuando sumido por la
indiferencia me quedé sentado en los asientos preferentes o las ocasiones que fuí blasfémico
o la carencia de razonamiento que castigó mi cuerpo a toda mi alma. La razón se encontró
ante mí, cruzamos palabras y nos hicimos uno mismo hasta el final de la luz que iluminaba
todo lo que había más allá de la puerta.

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