Agujeros de gusano

Por: Héctor Valle Ramírez (México)

Ya no logro recordar nada, los ecos de voz que hay en mi cabeza son simples palabras que apenas logro entender; el reloj avanza y muero un poco con cada minuto que marca. El viento corre, yo, siendo polvo, viajo con él; me lleva por los lugares más ocultos de esta estúpida y miserable casa. Te fuiste, dejando solo una taza, un plato y un cuchillo sobre la mesa. Desapareciste con una falda larga, tan larga como tu sufrimiento; una blusa oscura, zapatos rotos y una bufanda, esa maldita bufanda roja y roída, rogando por no romperla aún más en tu camino. Abandonaste lo único que tanto te costó: tu vida. Prometiste que explorarías el cielo, tocarías las estrellas, vagarías por las nebulosas y te perderías en los agujeros de gusano, metáforas de tu partida para evitar mi dolor y para no hacerme sufrir. Yo quedé esperanzado en tu regreso. Observaba la ventana todos los días y dormía frente a la puerta, aguardando el sonido de tus zapatos o de las llaves introduciéndose en el cerrojo, pero todo ese esfuerzo era vano; no apareciste, ambos sabíamos que no regresarías. Simplemente, mi corazón no quería aceptar el destino de quedarse solo.

Ahora, vago por los pasillos, las recámaras y el baño, intentando recoger tus huellas o intentando recogerme a mí, consolándome así como solías hacerlo. Escucho a los vecinos pelear, a los niños reír, a las aves cantar, pero ya no te escucho a ti, ya no siento tu andar, ya no huelo tu perfume ni entrelazo mis dedos con los tuyos. La vida se ha vuelto insípida y detestable; no quiero continuar así, pues no logro nada porque no te tengo a ti.

En la última noche, el silencio se apodera de la casa. Tomo el cuchillo que dejaste en la mesa; su reflejo muestra un universo lleno de nebulosas, agujeros de gusano… y algo más.

Caigo al suelo, la puerta suena y duermo eternamente. 

Dejar un comentario