La emboscada del puma

Por: Raúl D’Alessandro (Argentina)

No pude eludir la jactancia de Ackerman, la reunión anual era el momento ideal para desplegar toda su pedantería y no se hizo esperar, apenas recibir el trofeo como empresario del año nos juntó en su mesa y tras agradecer los elogios pidió silencio. Solo dijo una palabra: – Puma –  Consciente de la expectativa creada, la repitió nuevamente: – Puma -.

Luego lentamente desplegó detalles puntuales que maravillaron a los presentes, desde presumir que el dueño de coto de caza era amigo suyo, hasta el momento preciso en que apretaba el gatillo para cazar a la fiera, me miraba de reojo estudiando mi reacción, comercialmente era su competidor directo y sabiendo que también era fanático de la caza disfrutaba causándome envidia. Debió notar cierta apatía de mi parte y me preguntó con malicia cuando iría de cacería. Tenía planeado ir a un campo en Rosario a cazar perdices y me mordí el labio para no responder. 

– Perdices – que insignificantes ante el puma de Ackerman.

Decidido a darle batalla, recogí el guante anunciando que trataba de cazar algo superior a un puma. Por un momento le quité el protagonismo de la mesa, pero contraatacó diciendo que en todo el país no había coto más importante que el de su amigo Dresner y la pieza de mayor porte era un puma como el que él había cazado. Hubo un silencio molesto en el cual no supe qué decir hasta que Ackerman retomó la palabra con un enigmático: – Sin embargo…

Continuó diciendo que Dresner tenía un puma que había criado desde cachorro y hoy era un magnífico ejemplar de tigre macho único en el país. Dijo que varias veces le propuso comprarlo, pero siempre se negó, aunque Dresner es hombre de negocios y puede que alguna vez escuche propuestas para integrarlo a su coto de caza. 

Me había atrapado, consiente de mi ansiedad, se tomó un tiempo extra para facilitarme los datos de Dresner y lo vi disfrutar su momento de potestad. No pude evitar sentir fastidio. 

Al día siguiente contacté a Dresner y después de unas pocas palabras preliminares fui derecho al grano:  – Quiero cazar su puma -.

Se negó con unos tibios argumentos, señalando que su amigo Ackerman estaba interesado y nunca había considerado su oferta, pero quizás fuera tiempo de replantear el destino del animal. Era tan peligroso como injusto tenerlo en cautiverio.

Era el momento para tomar venganza. Ackerman me había arrebatado una licitación con la cual se adueñó del mercado dejando a mi empresa relegada a un segundo plano, tuve que reducir el personal y desde ese día nació mi rechazo hacia el supremo pedante. Dije a Dresner que pusiera una cifra y me pidió una semana de tiempo para pensarlo.

No esperé que se cumpliera el plazo, al cuarto día lo llamé y puso un número desorbitante que muy a mi pesar acepté. Superar a Ackerman en algo no tenía precio.

Quedaban otros requisitos a cumplir y me lo hizo saber:  Pondría en el coto de caza al puma durante cuarenta y ocho horas y la cacería estaría supervisada, paralelo a mi trato había hecho una apuesta con Ackerman sobre el tiempo que demoraría en darle fin a la fiera. Pedí participar de la apuesta, Ackerman aseguraba que en ese lapso no sería capaz de darle caza y sería un placer vencerlo. Tras acordar detalles con Dresner dimos por concluido nuestro trato y a la tarde siguiente Ackerman me llamó para felicitarme, había perdido la subasta del puma, pero estaría presente como espectador durante la cacería para controlar su apuesta. Me deseo suerte y le agradecí. – Los dos mentimos – 

Al llegar a Santa Rosa me aguardaba Artemio, el capataz de Dresner. Luego de dos horas llegamos a la estancia en Guatraché, tras recibir la bienvenida de Dresner le entregué el maletín con el dinero acordado y me instalé en la habitación que me indicara. Al acudir al llamado de la cena me sorprendió la presencia de Ackerman en compañía de una joven voluptuosa, el muy pillo no dejaba pasar ninguna oportunidad para sacar ventajas de cada situación. La cena transcurrió basada en un solo tema de conversación:  -La caza-. La tal Marisel se aburría soberanamente y con un bostezo abandonó la mesa, quedamos los tres haciendo conjeturas sobre el día de mañana hasta que Ackerman propuso darle a la fiera cuatro horas de ventajas para que se ambiente, venía de estar en 

cautiverio y no era justo tomar esa ventaja, Dresner asintió y no tuve más remedio que aceptar. Quedamos que al amanecer Artemio soltaría al puma del otro lado de la sierra, más allá del campo de espinillos se divisaba un monte de caldenes donde había una aguada, por instinto el animal se dirigiría hacía allí y sería sencillo seguir  el rastro.

A media mañana estábamos al pie de la sierra y Ackerman propuso un nuevo desafío: aumentaba su apuesta en un cincuenta por ciento si agregaba dos horas más de ventaja al animal. Dresner aceptó de inmediato, mientras yo calculaba las horas que tendría para dar caza al puma, eran más que suficientes para humillar a Ackerman y tomé la apuesta.

La mañana estaba fría, hubo un par de brindis con un buen coñac y me recosté en el vehículo  para aguardar el par de horas acordadas.

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El sol palidece, debo haber dormido al menos seis horas. Con el cerebro a punto de estallar camino oscilando entre los espinillos y el cuerpo responde a medias, no recuerdo como llegué hasta aquí, pero presiento que algo está mal, le quito el seguro al rifle y compruebo que no tiene balas, de manera instintiva llevó mi mano al cinturón y está vacío, estoy completamente indefenso. Corro a los tumbos para llegar al monte de caldenes, debo buscar refugio antes que caiga la noche que se avecina. Ackerman me ha jugado sucio, no podré cazar al puma sin balas y perderé la apuesta. Temo perder algo más, un rugido cercano me anuncia que seré el próximo trofeo de Ackerman.

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