Las sombras

Por: Andrea Solares Cárdenas (Guatemala)

El poder de contemplar maravillas valiéndose únicamente de los sentidos humanos requiere, a su vez, de la capacidad de entender, al menos medianamente, estas maravillas. Lo que al inicio se creyó incienso, se convirtió en un vaho pegajoso, que exudaba algo más que muerte, algo más desdeñable. Algo que no debería estar pegando al hombre se pegaba a los huesos, y algo que debería permanecer lejos de la psique se empezaba a adherir al centro mismo del pensamiento humano. Dentro del subterráneo, los inmundos seres del subsuelo parecían ser atraídos al humo como por una luz. 

Caminar entre dos mundos es un trabajo duro, desgastante hasta para el hombre más fuerte, no es un trabajo que se desea hacer, pero uno termina por acostumbrarse. Empecé a trabajar en las alcantarillas cuando tenía 23 años, era un trabajo temporal, o eso quería creer. Era joven y necesitaba dinero rápido, era un trabajo que nadie quería hacer, por lo que el listado de aspirantes era tan corto que lo encabezaba yo.

Los días transcurrían con normalidad, el tedio me oprimía en varias ocasiones, pero no era insoportable. El trabajo era duro. Todo iba bien hasta que las excavaciones de la nueva línea del tren chocaron contra una pared de granito, y al continuar la excavación encontraron un bloque singularmente duro dentro de la tierra. 

No era un bloque de concreto, era más parecido al barro, pero un barro extremadamente duro, como el acero. Los investigadores llegaron, acordonaron todo con cinta amarilla y se pusieron a investigar. Trataron de romper el bloque con muchos medios, todos dependían de la fuerza bruta, pero no lograron nada. Fue un accidente el que les permitió abrirlo. 

A un investigador, famoso en su clase, quien tenía el  defecto de ser además de bebedor, descuidado, le ocurrió que al destapar el recipiente donde llevaba el almuerzo, la sopa que estaba particularmente salada,  terminó derramada sobre el cubo, y lo que al inicio considero un lamentable, pero inofensivo accidente terminó por ser un hecho que casi acabaría con la ciudad. Al inicio, pensó en limpiar el bloque con un paño cualquiera, pero no contaba con una extraña reacción química entre el sólido barro y la solución salina. Al contacto del líquido el cubo empezó a derretirse, y la costra que caía lentamente dejaba ver un vacío azulado en su interior.

Del cubo vacío empezó a emerger un olor como incienso pegajoso. Los investigadores empezaron a reunirse en torno al cubo y muchas fueron sus teorías, pero no parecía que el ¨gas¨ fuese tóxico, ningún aparato detectó anomalía alguna en su composición, por lo que no fueron cuidadosos con mantenerlo controlado. Así se fue explayando a través de los túneles y se encontró cómodo, filtrándose también a las alcantarillas.

El extraño gas se sentía atraído por el agua, así que se mantenía muy cercano a los drenajes de aguas negras. Los investigadores trataron de descifrar su comportamiento, pero se encontraban muy reducidos de material y les fue imposible tan siquiera empezar a dilucidar su origen o su función. Nadie sabía de dónde provenía el cubo, ni había nada que indicara porque había sido puesto entre las capas de tierra antediluvianas. Nadie sabía nada del llamado ¨Gas azul ̈ pero todos fueron incapaces eliminarlo de los túneles. Cuando empezaron a suceder cosas extrañas yo fui de los primeros en notarlo, se los dije a los doctores, pero no me tomaron en serio, no hasta que empezaron a verlos ellos mismos. Las sombras empezaron como pequeñas manchas en las paredes, pero fueron creciendo, haciéndose más tangibles.

Los doctores y todo el equipo de excavación empezaron a debilitarse, solo algunos parecían inmunes a los efectos del gas, entre ellos yo. Pero las sombras seguían allí, presentes, innombrables, pero tranquilas, como ajenas a nuestro mundo, presencias bidimensionales, cuerpo aquí y mente o alma en algún otro lugar lejano o incomprensible.

Pocos entendían la naturaleza de las sombras, la mayoría que podíamos convivir en paz con ellas, éramos los peones, parecía que entre más instruidos e inteligentes eran los personajes, más susceptibles a las sombras y sus efectos nocivos eran. Muchos de los sabios investigadores enfermaron rápidamente. Las ciencias no daban solución a su estado y fueron muchos los que murieron en cuestión de días. Otros terminaron enloqueciendo, y en su locura encontraron la forma de comunicarse con las sombras. Se quedaron a vivir, pues en las alcantarillas, viviendo como animales, anfibios. Uno que otro cadáver medio comido, seguramente a causa del canibalismo, se encontraban en los caminos subterráneos, pero fuera de eso los dementes eran inofensivos, al igual que las sombras. Parecían no prestarle atención a lo vivo, como si su existencia estuviera por sobre lo humano.

Ya han pasado años de lo sucedido, los investigadores dejaron de descender, ahora solo esperan que los dementes mueran y que tarde o temprano el gas desaparezca. Cerraron las entradas del tren y las alcantarillas. Solo descendemos unos pocos para dar mantenimiento a los servicios de luz que hay por el subterráneo. 

Ya me he acostumbrado a las sombras, he empezado a aprender su idioma, nunca me he considerado inteligente, pero me parece fácil entenderles. Tienen cosas interesantes que contar. Por eso ya casi no salgo a la superficie, lo hago solo cuando debo traer comida, algún perro callejero que asamos en hogueras hechas con maderas viejas de los rieles olvidados, o algún borracho que no se detenga mucho a pensar en descender aquí.  Prefiero quedarme aquí con ellas, con las sombras tridimensionales.

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