Por: Eduardo H. González (México)
De juegos arbitrarios está hecho el poema.
Es falsa retórica, subjetiva candidez
de un hombre que ha sabido
embolsarse algunos conceptos.
En realidad, el poema es apenas
un sobrio nacimiento que se agota.
Nacer y agonizar es su enmienda.
Por eso el poeta protesta.
El poeta ha nacido con las pupilas oscurecidas,
con la pluma incrustada en la mano,
en la sordidez de un canto que se le niega.
Pueriles son los versos en que el poeta muere:
no le alcanza el poema para sanarse,
sollozar no le redime,
sucede que sus versos son sólo ardides.
Sana agonizando el poeta.
Agoniza en él, también, el poema.
El poeta no vive con falsas esperanzas,
acoge el verso y de él se ufana.
Largas jornadas enjoroban al poeta,
su ventura es la caída vertiginosa
que, atormentándole, le salva.
Larga agonía sufre el poeta.
Acoge el poema; de la muerte, la insidia.
En el poema sucumbe el poeta.
El poema es el martirio, la augusta primicia;
la armoniosa épica que al poeta sobrecoge.
