Por: José Gustavo Ramírez Suárez (México)
La vida es aquello que pasa mientras nuestra efímera existencia se desvanece al “tic tac” del presente, no hay más que eso, estamos condenados a morir desde el día uno; desde que alguien más decidió la vida por nosotros. Durante mucho tiempo me pregunté si alguna vez alcanzamos la libertad y a decir verdad es que nunca fuimos ni seremos libres, solamente llegaremos a ese tan codiciado y autónomo estado en el momento en el que dejamos de existir, ya que en este mundo estamos permanentemente coaccionados por un sinfín de reglas naturales, artificiales, sociales, religiosas, abstractas, políticas, económicas, morales, éticas, temporales, modernas etc. Por eso creo firmemente que la libertad es la mentira más grande que existe después de la del amor y la felicidad.
Increíblemente, no todos llegan a comprender esto, únicamente los más aptos, una pequeña minoría muy al estilo darwinista. La vox populi asevera categóricamente que “el conocimiento es poder”, no obstante, a veces es una maldición como lo es en este caso de descifrar a la vida y la libertad, la razón por la que digo esto es porque aquellos que desconocen el funcionamiento de estos conceptos, viven más felices, engañados por supuesto pero felices.
Sé perfectamente que en este punto me tacharán de engreído, soberbio, sabelotodo incluso de pesimista, pero nada más alejado que eso, simplemente las circunstancias que he tenido que atravesar de manera involuntaria o sea en contra de mi libertad me han llevado hasta este punto en donde terminé cargando con una sentencia de muerte. Para aquellos incrédulos, explicaré a continuación lo sucedido.
Todo comenzó en mi infancia, fui sumamente afortunado, ya que fue una etapa bonita y feliz, jugaba con mis hermanos y amigos, me ensuciaba en la tierra, buscaba el calor de mamá, dormía mucho y comía, comía y comía. Sin embargo, todo cambio el día en el que unos señores decidieron entrar a mi comunidad y separar a todos los infantes de sus familias, incluyéndome. Posteriormente, nos llevaron a un bodegón y nos enjaularon a todos, no sé exactamente cuánto tiempo estuvimos ahí, pero fue lo suficiente para que alcanzáramos la adultez. En este periodo de cautiverio, muchos de mis compañeros de celda perdieron la cordura, se volvieron locos, muchos dejaron de comer y de dormir, otros enfermaron hasta la muerte; honestamente, fuimos pocos los que nos mantuvimos firmes.
Que algunos tuviéramos coraje y serenidad durante el encarcelamiento, no significa que no fuera una situación catastrófica, no tanto por la mala alimentación, estar privados del sol, lejos de nuestras familias y el mal descanso, sino que lo más duro fue no saber qué estábamos haciendo ahí ni que iba a pasar con nosotros.
Como anteriormente lo mencioné, alcanzamos la adultez y en ese momento todo cambió. Diariamente, nuestros nauseabundos captores se llevaban a un par de mis compañeros quien sabe a dónde, pero estos nunca volvían, esta fue la segunda prueba de fuego, de los pocos que no habíamos perdido la cordura ni la esperanza se quebraron, sacaron su lado más negativo y se dieron por vencidos a la vida, por otra parte, pocos fuimos los que no nos dejamos caer en el abismo de la depresión y la oscuridad.
Hasta que un día me tocó a mí, los repulsivos apresadores entraron y me agarraron junto a tres de mis compañeros, nos subieron a una camioneta y partimos de esa putrefacta prisión. El camino fue eterno, mis excompañeros de celda y ahora compañeros de viaje estaban convencidos de que regresaríamos a casa, sinceramente creo que en el fondo al igual que yo sabía perfectamente que nos esperaría algo mucho peor.
Llegamos a un folclórico, caótico y colorido lugar llamado el “Mercado de la Merced”, lo primero que pude percatar fue la combinación de diversos olores, muchos hedores florales me regresaron a esa niñez en la que fui feliz, por otro lado, la luz del sol me lastimó los ojos, ya que no lo había visto en mucho tiempo.
Los asquerosos secuestradores se estacionaron afuera del mercado posteriormente nos bajaron amarrados y en jaulas, fue la primera vez que tuve esperanza de recobrar aquella libertad inexistente que alguna vez tuve, ya que pensé que aquellos que nos rodeaban tendrían la valentía y la moral para exigir nuestra liberación, esto no sucedió. Posteriormente, estos desalmados nos llevaron por todos los pasillos del mercado, solamente veía ese feo pero hipnótico piso negro con blanco de mosaico acompañado de las tremendas y grises cortinas de hierro de cada puesto, pasamos por la ropa, la comida, juguetes y cosas raras que no tengo idea de que eran.
Finalmente, arribamos al último pasillo, este apestaba a herbolaria combinada con un fétido aroma provocado por las veladoras, mis compañeros y yo comenzamos a sentir náuseas sin saber si estas fueron provocadas por el olor o por la tensión que se sentía en aquel lugar. Entramos a un puesto que por lo que pude escuchar pertenecía a algo llamado santería, los dueños del lugar reían y reían con nuestros secuestradores mientras nosotros temíamos por nuestro futuro.
Los secuestradores se fueron y nos dejaron ahí, nos encontrábamos en el punto inicial, misma situación, pero diferente cárcel y diferentes captores; los días pasaron hasta que un día pasó una señora vestida completamente de blanco y dijo
- Cuanto por esa gallina y ese gallo—
- Ciento cincuenta por los dos — contestó el señor del puesto
- Me los llevo, hoy tengo que sacrificarlos para una cliente— exclamó la señora
Y ahí fue cuando me supe que hoy sería mi último día de vida.
