Por: Verónica Valentina Velásquez Cabello (Venezuela)
“Son personas que dejan pocas huellas tras de sí. Personas casi anónimasˮ
Patrick Modiano.
Las desapariciones dejan atisbos imborrables. Un encadenamiento de hechos implícitos que se asentarán en el desconocimiento, dejando huellas en personas y lugares concretos. Según el autor francés Patrick Modiano, “Los lugares conservan por lo menos cierta huella de las personas que los han habitado. Huella: marca en hueco o en relieveˮ. Las vidas de aquellos que desaparecen se comunican a través de un enclave azaroso de significados, y quizás sin pretenderlo, dejamos huellas en distintos espacios, especialmente, en la memoria, y esto puede llenarnos de vigor o de desasosiego. Sin embargo, ¿hasta qué punto es posible rastrear la memoria de alguien forzado a desaparecer?
Una persona desaparecida es aquella cuya localización, por alguna razón, se desconoce. Bajo muchos contextos, las desapariciones pueden ser forzadas, por ejemplo: crisis humanitaria, conflicto armado, dictadura o situaciones de violencia extrema. Por citar un hecho específico, el holocausto ha sido una de las fuentes de mayores desapariciones forzadas en la historia. De hecho, según el periodista español Guillermo Altares: “De los seis millones de víctimas del Holocausto, solo han sido identificados 4,7 millonesˮ. La característica forzada de las desapariciones, suele provenir de las disonancias ideológicas, lo cual desemboca en prácticas genocidas, donde la memoria de las víctimas, de las que se desconoce su paradero, es una constante que se funde con el olvido colectivo de las naciones.
De tal modo, el destino de más de un millón de personas se desconoce. Generaciones enteras de personas que han sido mutiladas, saqueadas y desprotegidas por los avatares de la historia. No obstante, en muchos casos los familiares no desisten en la búsqueda y esperanza de restituir al menos la paz a la memoria de aquellas vidas truncadas. Como fue el caso de Adela Schwarzer, sobreviviente del Holocausto, quien señalaba que: “la esperanza de reunirse con su familia le dio fuerzas para sobrevivir a todo esoˮ. Pero Adela no pudo cumplir su anhelo, pues hasta su muerte en 2005 y tras años de infatigable búsqueda, nunca consiguió reunirse de nuevo con sus seis hermanos.
Este escenario gris de nuestra era, como muchos otros crímenes masivos, convierte en impenetrable la memoria de aquellos abatidos por las circunstancias. Relegados al sitio del olvido, emplazados en la imposibilidad del mañana y dejando huellas inmarcesibles. En su libro “Dora Bruderˮ, el autor Patrick Modiano reflexiona sobre la impenetrabilidad de la memoria: “Es su secreto. Un modesto y precioso secreto que los verdugos, las ordenanzas, las autoridades llamadas de ocupación, la prisión preventiva, la historia, el tiempo ―todo lo que nos ensucia y nos destruye― no pudieron robarleˮ. Por lo que, el único rastreo posible a la memoria, es el recuerdo y el respeto a aquella fuerza secreta que permitió subsistir esos corazones bajo penalidades indescifrables, impidiéndoles sucumbir del todo.
Los casos puntuales, que exponen uno de los peores episodios de la historia de la humanidad, son extrapolables a la carestía y penurias de todos los grupos amenazados durante cualquier época. El empirismo decadente de sus páginas vitales, nos golpean flemáticamente con la violencia contenida de unos pocos. El sitio que se le cede a la memoria de sus modestos corazones, podrá ser de hueco o relieve, pero el signo de existencia persiste. Todas aquellas vidas inocentes que la historia se ha afanado en ensuciar, resucitan y se convierten en rastros inmortales por medio de la memoria de los que atestiguan el porvenir: nosotros.
