La huida

Por: Dely M. Dominguez Pérez (Colombia)

Siento los perros detrás de mí, olfateándome, oliéndome, sintiendo cada paso que doy, percibiendo cada huella y rastreándome sin consuelo ni esperanza de detenerse y no porque ellos no quieran sino porque sus amos los obligan y los han entrenado para ello, castigándolos cruelmente si no encuentran lo señalado y premiándolos con su integridad completa si obtienen la presa humana que les han puesto sobre sus narices y metido dentro de sus pequeñas cabezas de perro subyugado. Escucho los aullidos y se me eriza la piel, más por el sonido cercano que por el frío mismo de la espesura del monte. Siento el bosque espeso, la naturaleza respirar a lado y lado, sigo por el río escondiendo mi rastro, mojando las escasas vestiduras que llevo puestas y exponiendo mis pies a ser cortados por las piedras filosas que a veces me encuentro en el camino. En esta única huida no hay descanso, no hay tiempo para respirar y no hay tiempo para vomitar por el afán, todos los miedos acumulados y los escasos alimentos ingeridos. El único consuelo es la libertad, aquel bello sueño que pocos han alcanzado a saborear en plenitud y a compartir con los demás. Solo el monte es testigo de mis caídas, mis raspaduras y mi llanto desconsolado que se me sale a cántaros como si fuese un bebé abandonado. Como humano recurro a las lágrimas como único desahogo para mis angustias acumuladas y quizás recurriendo a ellas encuentro la consolación para seguir avanzando. Mis ancestros me acompañan, me guían, me dan el consuelo y me permiten seguir por el camino señalado, la naturaleza en su eterna sabiduría alberga los espíritus de mis antepasados que han sido asesinados y que han muerto en esclavitud, aun sus espíritus vagan por este mundo en el que me he adentrado para huir. La naturaleza, fiel testigo de muchos esclavos que han huido, es conocedora de nuestra sed de libertad. Nos ayuda con lo que tiene que ofrecer, con lo mucho que tiene por brindar y a medida que despeja el camino para mí, enmaraña el rastro para los esclavistas y sus perros de caza. En un momento clave, sucumbo al colapso y pierdo el rumbo, mi vista se nubla y caigo, sueño y sueño entre delirios que soy un ave y que alcanzo cielos inexplorados, sueño que llego a las nubes y me mantengo flotando en ellas largo tiempo en un cielo de dimensiones desconocidas y de colores estrafalarios. Como si hubiese consumido algún alucinógeno y como si estuviese creando cosas no antes creadas veo colores que nunca antes había visto y siento la plenitud de no estar sujeto a nada ni a nadie, más que a la naturaleza misma, como madre consoladora de las angustias y como guía hacia la libertad plena e integra de los seres vivos. 

Me despierto llorando de nuevo y temo porque ya me hayan alcanzado y solo entonces siento pavor de todo lo que puedan llegar a hacerme. Cuál animal de cría, me despedazarán y me verán suplicar entre alaridos por mi vida, una vida que me han hecho creer, no me pertenece. En el peor de los casos me mantendrán con vida durante días mientras muero lentamente como escarmiento para los demás. Lo sé por qué ya lo han hecho antes. He visto como lo han hecho y como eso nos afecta. Cuál animalitos adiestrados después de tal cruel suceso hasta evitamos respirar fuerte para no incomodar a los amos. Aquello les place demasiado tanto que se ríen a carcajadas de nuestro miedo y se vanaglorian de sus actos. Se creen dioses. Se han otorgado un papel que no les corresponde solo porque han tomado con sus artefactos y sus odios la cima de la civilización, una civilización cimentada en muchas muertes, cadáveres y cadáveres apilonados sostienen sus falsos tronos.

Solo cuando he terminado de lamentarme mentalmente, la veo. Veo la extraña y enorme sombra que me observa. Es una especie de sombra humana, pero luego de tener tal pensamiento no logro entender por qué he llegado a pensar en eso, quizás el miedo mismo a los humanos blancos me aterra y me engaña haciéndome ver sombras humanas con el más mínimo visaje. La veo enorme y estática, observándome con sus muchos ojos y sus gigantes orejas en silencio. Un silencio único y especial porque no logro sentirla, solo puedo saber que está allí porque la estoy viendo con mis propios ojos. No se sorprende, si es que puede llegar a sorprenderse, cuando me doy cuenta de su presencia y sigue estática en silencio, como haciendo alarde de su capacidad por quedarse detenida en el tiempo sin inmutarse. Al oír los alaridos de los perros a lo lejos empiezo a temblar nuevamente y me orino encima como muestra vergonzosa del miedo que tengo porque me encuentren. La sombra se encoge un poco más y sigue observándome. No le doy mucha importancia y me levanto. Sigue inmutable. Se encoge más y más hasta volverse diminuta, tanto que si no supiera que está allí la pasaría por alto.

Tal vez vio la necesidad de libertad en mis ojos cuando hicimos contacto visual, tal vez vio en mi piel negra el grito de auxilio que no podía emanar de mi garganta. La libertad me llama, parecía decir sin necesidad de hablar cada poro de mi piel y por eso me ayudó. La sombra de muchos ojos se volvió una pequeña y diminuta bolita de luz casi sin incandescencia y me dispuse a seguirla como única alternativa de salida luego de estar varios días perdido en la espesura de aquel bosque misterioso. Todos le teníamos respeto, al menos todos los de mi raza, en cuanto a los blancos, poco era a lo que temían.

Seguí avanzando sin alejarme del río y aquella luz que no era ni fuerte ni débil, sino más bien placentera, me llevó monte arriba, adentrándome cada vez más en sus entrañas. No sentí cansancio alguno ni dolor. Todo miedo se disipó cuando dejé de escuchar los perros y cuando solo sentí la presencia de la naturaleza. No me alimenté, ni dormí. Vagué tras la pequeña esfera de luz en un tiempo muerto donde nunca oscurecía y donde nunca era de noche. Caminé miles de pasos y cuando por fin se detuvo cayó sobre mí un gran peso y me sentí cerca del colapso. Me dejó allí abandonado. Se fue tan rápido como apareció. No dijo nada a pesar de que antes tampoco había dicho nada y simplemente se marchó. Caminé llorando otros pasos más y me derrumbé frente a las puertas del palenque, ajeno a la libertad que me esperaba tras sus puertas. 

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