Por Fernando Iturburu
Veo a patrel como a mí mismo, pero recuperado en el tiempo, siendo mi viejo por ejemplo, allá por los 40s o quizá antes. Lo veo cantando canciones en un cuchitril, bebiendo cerveza con el Conde de los Espejos un 24 de Julio en el barrio Las Peñas frente a la ría, volando a la Península, más arriba de Olón. Veo a Patrel acostado en el mar, detrás de unos troncos que resistían las olas y la marea alta (tuvo que ser un día imborrable). Pero también veo a Soria, pescando en alta mar con su padre, desaparecido del colegio, contándonos de la oscuridad de la noche tropical que nunca nos deja. No nos habíamos visto desde que se metió a ese grupo de teatro, De hecho, nos veíamos poco luego de que poco después de que lo echaran del colegio. ¿Cuántos años pasaron? ¿Cinco? ¿Siete? ¿Diez? Lo imaginado casado ya, quizá más claro en sus planes o cambiado su rumbo, vuelto a su tierra Manabí, esa suma de Comala y jungla de pájaros y pumas.
Cuando Cachato entró a La Molienda con la caja de discos, la gente se puso contenta. La Huasa, que se había refugiado en un rincón, le gritó “ya sabes cuáles son las mías” y Lechuga, que andaba acicalado para el largo fin de semana, replicó, nada, primero elegancia y después llanto. Y así, luego de conectar el equipo y ubicar los parlantes, puso a todo volumen Mexico de noche de Bebu Silvetti, seguido de The Love Theme de Barry White y Nica ‘s Dream de la Sonora Ponceña.
Papa Chola había llevado varias cajas de Lowenbrau porque la cervecería nacional seguía en huelga. El Chugo, que se había comprado un congelador de segunda mano, presto las puso a helar. Detrás del pequeño mostrador, la negra Linda comenzaba a destapar las botellas mientras una humareda de carne asada se metía agobiante desde la verja.
La Rubia Carlos acababa de regresar de su trabajo y saludó a todos con su amplia sonrisa. Yo estaba sentado junto a la barra, hablando con la Chocota que se seguía burlando de mis amores imposibles y desgranando historias ajenas. Pero yo, en realidad, estaba recordando con cierto agobio en las cosas que habían pasado desde que entré a la universidad: la derrota electoral de la izquierda, el asesinato de Roldós que quedó en nada, la guerra con el Perú que también quedó en nada, el trabajo con el Sindicato de Ferroviarios que murió con el fin de la huelga. Dos, tres años perdidos o de pesadilla. Ya ni sabía. ¿En dónde estarán los poemillas que escribí para una clase? (“Majadeo de mis manos en tu cuerpo”). ¿Existirá aún la carta de amor que le escribí con tanto énfasis? Pasaron esos desamores y solo quedaron los LPs de Coltrane, Stan Getz y Charles Mingus que ponía al llegar a casa, derrotado por el tiempo, el lodo del sur, la lluvia del trópico y el no saber a dónde ir. De madrugada por esas calles/ la triste soledad que me acompaña / mientras las sombras se van muriendo/ el ruido del recuerdo de tu amor decía Tito Cruz con el Apollo Sound Roena. Ya pues, ya pues reclamó otra vez la Huasa desde el fondo, las mías te dije, con una voz que sonaba medio soronga.
El local se había llenado. El micrófono para que se arrojaran los cantantes estaba listo. Con paso fino entraron Kakoko y doña Ana (que era mucha pinta para el moreno, pero bueno, Dios le da barba al que no tiene quijada), seguidos de Don Chowa, Magoo y el loco Roberto. El Chulo Nevarez, que aún era un muchacho agradable, estaba de mesero: sentó a los recién llegados frente a la tarima y les trajo cervezas frías envueltas en largas servilletas.
Cachato puso Telephone Line de Electric Light Orchestra y luego Last train to London con lo cual las parejas se tiraron al ruedo y el gajo de siempre, o sea Lechuga, la Huasa, el Chugo y la Rubia se juntaron para el bochinche mientras veían a los demás sangolotear el esqueleto y las luces de colores dar vueltas en las paredes. But I really want the night to last forever/ I really wanna be with you mezclándose poco a poco con Men at Work diciendo I can’t get to sleep/ I think about the implication / Of diving in too deep/ And possibly the complications… seguido de Joe Jackson que al piano cantaba we are young but getting old/ before our time/ we’ll leave the tv and the radio behind… steppin’ out tonight.
Dejé La Molienda por un rato y salí al barrio. En el parque estaban Cocojox, Rodi, el cacho Bardales y en negro Ojito. Galleta, a un lado vestido todo de blanco como santero, preguntaba si tocaba chupar Cristal o Patito. Y todos que no, que era solo viernes de conversación porque había partido de fútbol al día siguiente. Pero yo jugador no soy, decía Galleta. Cristal va y con limón.
La noche de noviembre estaba fresca, el cielo abierto y cargado de estrellas y una luna inmensa que se quería ocultar detrás de los árboles. Noviembre, mes extraño, con una fiesta a treinta días en un tiempo que pasaba cámara lenta. Diciembre está por llegar, me dije, ese mes de temor cuando afloran penas y alegrías y la gente llora sin saber por qué. Volví a La Molienda.
El loco Roberto ya había cantado su repertorio de Los Iracundos. Al tomar Magoocito el micrófono, se quedó un instante viendo a la nada y luego dirigió sus ojos hacia Cachato que de inmediato dejó sonar los primeros acordes y comenzó a cantar pasa y siéntate, tranquilízate/ si ya que estás aquí, qué más te da / imagínate, que yo no soy yo/ que soy el otro hombre, que esperabas ver.
Llegué a la barra y encontré instalados a Maruri, el Conde de los Espejos, Gutiérrez y el viejito Macuchi mientras con un vozarrón se oía a Magoocito que terminaba ronco la canción y me marchooo para siempreeee. Me miraron y uno de ellos me dijo: Mataron a Patrel. Me quedé en suspenso y pretendí no haber escuchado nada. Ellos solo pidieron unas cevezas mientras alguien más tomaba el micrófono.
La última vez que vi a Patrel fue en Aguirre y Boyacá, junto a otros, recogiendo periódicos viejos y botellas vacías. Se les había ocurrido hacer un grupo de teatro y necesitaban dinero para el local. Me acerqué a él con sorpresa pero seguro de no equivocarme. Extrañamente, ya no conservaba ese aire de viejo ni el parsimonioso hablar y educadas maneras colegiales. Me vio y se lanzó a darme un abrazo diciendo hermano, a los años. Nos reímos, hablamos un poco y quedamos en vernos. Y lo hicimos meintras se pudo. Luego vino lo del Partido, las facciones, los replanteamientos, mi seguridad de que todo había sido una manera infame de perder el tiempo, mientras que para él solo se abría un nuevo camino, una nueva etapa, como me dijo en su momento.
No dije nada más en toda la noche. Ni pregunté ni pensé mucho. En las calles la gente se veía muy animada. Había pasado el tiempo y las vueltas que di me trajeron al mismo lugas en el que todo se inició: el mismo colegio, el parque de los juegos infantiles y las bicicletas, las mismas casa donde proyectaban películas. Había música en todas partes. Ya tarde, en La Molienda se oia la voz de Pachito Riset que decía y aún guardo las dos blancas azucenas que me diste al despedirme de ti y la gente bailaba, sonreía o simplemente se emborrachaba. Los cuatro de la célula ya se había ido. Patrel aán no llegaba.
