Bugcrush: del asco visual o la estética de lo grotesco

Por Magdiel Martínez Olano

Parpadear velozmente. Tragar esa amarga saliva que se produce en la boca luego de que una sensación de incomodidad se apropia del estómago en forma de crujido, antes de querer apartar los ojos de la pantalla para tratar de evitar esa sensación de asco. Eso es lo que provoca Bugcrush.

No la vean, les va a dar asco. Así. No vean la película Bugcrush, porque en cuanto le den play no habrá vuelta atrás y estarán durante 34 minutos con los ojos pegados a la pantalla, enganchados a una incómoda historia llena de suspenso que los llevará a conocer una de las más extrañas perversiones del ser humano.

No la vean. Porque, ¿quién querría invertir su tiempo en una multipremiada obra que fue galardonada la misma noche de su estreno en 2006, cuando se presentó en el Sundance Film Festival? Más aún, ¿quién se atrevería —aunque el paladar diga lo contrario— a reconocer la genialidad del largometraje que también se llevó un premio en el Outflix Film Festival (2007) y el Indie Lisboa International Independent Film Festival (2007)?

Algunos la han catalogado un thriller erótico, otros más como una pieza que encaja perfecto dentro del cine homosexual, y bueno… cómo no otorgarle dichas etiquetas cuando el director Carter Smith se basó en una historia del libro Queer Fears II de Scott Treleaven, el cual está reseñado como un libro que “tienen sus raíces en las maquinaciones virales y de pesadilla del SIDA y la homofobia, así como en las emociones macabras y anticuadas de enfrentar cosas que chocan en la noche”, y del cual su primer volumen también fue multipremiado.

Pero es que, de no haber una tendencia a hacer distinciones de género (y ojo, no estoy diciendo que no estoy a favor de los derechos LGBTTTIQ+), me parece que más bien podríamos mirar la película desde las fobias y traumas juveniles, esas que determinan nuestros gustos y disgustos. Estaría, más bien, dentro de la estética de lo grotesco (del sexo o género que sea). Sí, la estética de lo grotesco, esa que aprecia la representación de lo feo, lo desagradable y lo repulsivo en el arte; esa que se rige por normas estéticas peculiares, que nada tienen que ver con los cánones de la belleza.

Pues es que, mediante perturbadores climas, en la historia Carter Smith crea una atmósfera de hastío y extrañeza que lleva al espectador hacia lugares oscuros donde se mezclan los siniestro y lo erótico. Una atmósfera que —muy acorde con la estética de lo grotesco— rompe los cánones establecidos, traspasa los estándares del mundo normativo y se adentra en una fantasía (o quizás realidad) donde se experimentan las pasiones libres, los placeres mundanos, y los deseos sexuales.

La estética grotesca en el arte se inició en el Renacimiento y se caracteriza por la creación de monstruos, de naturalezas mixtas, híbridas, mezclas extravagantes de cosas que en sí mismas no tienen relación alguna y de elementos que parecieran provenir de campos totalmente distintos (Tiempos críticos, 2016).

De una forma más contemporánea y en contexto narrativo, se usa como recurso para dar énfasis a una idea, deformar rasgos para exaltarlos o mostrar una escena exagerada y con personajes extraños, misteriosos, incluso espantosos, a manera de alegoría o de representación simbólica de una idea. Todo ello, muy bien logrado por Smith al entremezclar la categoría humana con el reino de los artrópodos de una forma sexual… una idea que muy pocos han de haber imaginado.

Porque, como la establece la ya mencionada tendencia artística, la exagerada ruptura con lo convencional genera sorpresa e impacto, lo cual deriva en fascinación, lo cómico o el horror… como es el caso de Bugcrush.

—ALERTA DE SPOILER

La trama de Bugcrush sigue a un adolescente llamado Ben (Josh Cara), quien se siente atraído por su compañero de clase Grant (Donald Cumming). La curiosidad lo lleva a aceptar una invitación para ir a la casa de su nuevo amigo —de quien todavía sabe nada—, donde descubre que el chico que le causa intriga tiene una extraña obsesión con los insectos.

Ben es retratado como un adolescente solitario y curioso, mientras que Grant se presenta como un personaje misterioso y peligroso. La tensión y el misterio en la narrativa la aumenta la relación entre los dos chicos, que es ambigua pues, pese a que desde el inicio se percibe una cierta atracción entre ambos, más tarde se entienden las maliciosas intenciones de uno de ellos.

El suspenso que el director crea escena tras escena previo a que Ben se reúna con Grant en esa tétrica cabaña, es apenas la antesala del ambiente incómodo que experimenta el espectador a partir de entonces.

Pues tras cerca de 15 minutos de presentación de los personajes, de escenas cortas, tiempos largos y brincos en la historia, el director lanza de lleno la parte nuclear del filme y la cual le otorga el nombre, no sin antes preparar los ánimos del espectador a lo largo de un camino —literalmente— agitado y confuso.

La representación de los insectos juega un papel fundamental en la historia, no sólo porque de ahí se desprenden las perversiones de los jóvenes en pantalla, sino porque crean una sensación de repulsión y un ambiente violento pese a que la agresión no es explícita ni gráfica, lo cual abona a la sensación de miedo y asco.

Un asco provocado, quizás, por el simple hecho de pensar en un placer sexual con ellos. Un asco provocado, quizás, porque nos recuerda algún evento desagradable. Un asco provocado, quizás, por percibir una sensación grotesca que genera impotencia y, ante tal situación peligrosa, activa nuestro pensamiento más reptiliano de supervivencia: el de huir.

Este cortometraje perturbador nos lleva a explorar los rincones más oscuros de nuestra propia psicología y a confrontar lo que consideramos repulsivo, todo mientras desafía nuestras percepciones de lo bello y lo macabro en el cine contemporáneo.

Bugcrush se nos presenta como una suerte de arte incómodo donde su director desafía las convenciones cinematográficas y las convenciones artísticas para cuestionar las normas sociales y políticas establecidas, y promover en el espectador un diálogo crítico sobre su propia psique, sus propias fobias y sus propias perversiones.

Bugcrush provoca una incomodidad deliberada en el espectador.

Bugcrush da asco. No la vean.

Bibliografía

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