Cómo bandida

Por Rafael Cervantes Gómez (México)

Siento un frío, tan intenso, que taladra mis huesos

y me hace titiritar, sin control, mi enjuto cuerpo.

Cierto estoy que he perdido la voluntad de sus besos

porque ella, como bandida, sin rumbo ha huido.

Con las sombras de la noche, entre penumbras, se ha fugado.

No esperó a la alborada para dejar el lecho amado, 

no le importé, sólo se fue, como un soplo, helado, de invernal viento:

ese viento que congela, entumece, aun al más cálido aliento.

Ese frío que hoy cala en los más profundo de mi ser

y se cuela por todos los poros de este cuerpo mío,

que desde entonces se estremece, sin control, cada anochecer,

en repentinos estertores, como de moribundo, como si fuese a fenecer.

Más la intensidad del invierno, con sus soplos de frío viento,

no son nada ante el clamor del amor perdido.

Ése, que se fue con la aurora, como huyendo del tiempo,

sin importarle, sin mirar atrás, que deja un corazón herido.

Y que abandona una alma, y en profunda pena la deja sumergida.

Ésa que ahora vaga, por la mañana, buscando en los rincones la silueta tuya,

que se dibujaba, desnuda, a cada aurora, luego de fragorosa batalla

librada en un lecho, cubierto éste con sábana, en fuego galvanizada.

Y hoy heme aquí, sólo, sin aliento, resistiendo al viento

que se filtra sin piedad por las heridas del amor perdido,

un viento, que desde la oscura soledad surge violento

y azota, sin piedad, los rincones del alma de tiempo en tiempo.

Heme aquí, suplicando un poco de amor que apacigüe esta desazón, 

un poco de amor que restañe las heridas del corazón herido

y sea bálsamo del alma, sostén de espíritu, mente y cuerpo, 

y calme el ansia mía, que de morir tiene la intención. 

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