La ciudad en los huesos

Por Abril Alcaraz de Miranda

Abandonamos la ciudad a la luz de la Luna. Nuestras bocas no dejan de sangrar. 

El camino de pedruscos blancos. pasa bajo nuestros pies exhaustos-lentos nuestros pasos blandos-cansan el camino largo.  

Nos azota la congoja tanto. como el viento cargado de arena azota nuestras espaldas. Hemos dejado atrás. ¡Nada!, eso ha quedado. Porque de lo que había, nada, eso habrá hoy que el último rumor se habrá apagado. Y nuestro rastro. rastro. nos llevará de vuelta un día. el alma sopla el aliento de los muertos nuestros.

Hago un cuenco con la mano y lo recojo. La sangre que escurre de mi boca y me miro en la sangre como en un espejo. Y veo allí, en el brillo reflejo del cielo, a mi pueblo caminando lejos, más allá de los mares, no hoy, mañana, no en mi vida, sino lejos en el tiempo, tan lejos que yo soy polvo sobre las piedras y mis hijos son polvo y los hijos de ellos. 

La mañana, la primera en que amanecí a tu lado, recorrí tu piel broncínea con mano temblorosa, tu piel tibia, tu carne blanda, y me invadió un estupor de que pudiera ser tan tibia, de que pudiera ser tan blanda. Un hormigueo me recorrió el brazo-un estremecimiento, un rubor me sonrojó las mejillas, de que pudiera sentir bajo mi mano algo tan frágil, algo tan suave, algo tan breve como un suspiro tu cuerpo. 

Y qué es hoy la piel, qué es hoy la carne? Llagas. y podredumbre, ¡y tu respiración como un perfume, un estertor agonizante! “¡Piedad!” pedía cada jadeo, “Piedad!” el rumor uno que escuchaba por las calles. Y la piel que se quedaba pegada a las túnicas arrancando gritos mudos al roce de la tela. 

Nos seguimos en silencio, en fila. Tratamos de no mirarnos, avergonzados. La nostalgia nos guarda desde lejos. La nostalgia nos mira —desde las puertas abiertas de la ciudad abandonada a la luz de la luna— alejarnos sin voltear atrás, nunca más, a los muros blancos y secos como huesos dejados al sol en el desierto. No volveremos. No volverán nuestros hijos y nuestros nietos.  No volverá mi pueblo. 

Un día sangraron nuestras bocas y no dejaron de sangrar. Sangrará la boca de nuestros hijos? Sangrará la boca de nuestros nietos? No la paraba la alfarfa ni el hígado del manogo, y no la paró tampoco. la corteza de mangle rojo traída de allá de los lagos salados por los curanderos. Porque no era enfermedad, no era mal del cuerpo. Pero no entendimos. No supimos, no pensamos. Y cuando las llagas aparecieron, cuando la carne empezó a pudrirse en el cuerpo de los vivos y la piel a desprenderse seguíamos creyendo que una enfermedad o que una maldición había caído sobre nuestro pueblo.

Errantes; cada uno a cuestas. la soledad de su culpa. Nos siguen los pasos de los que dejamos; nos siguen. los ojos de los que olvidaremos. Porque en el olvido del agravio encontraremos el perdón de la falta: la paz de la conciencia. es bendición de la desmemoria. 

Nuestros padres. Y antes que ellos, los padres de nuestros padres, y los de aquellos. y así hasta perderse en el tiempo. Ellos. Llegaron a la ciudad y la ciudad estaba allí. Estaba esperándolos. Es la historia de nuestro pueblo que contaban nuestros padres, y a ellos los padres de nuestros padres. Dicen. que la ciudad les dio de comer porque ellos tenían hambre. Les dio de comer para que ellos le dieran a sus hijos. Pero ahítos olvidaron, y murieron ellos sin honrar su compromiso. Y murieron los hijos sin honrar el compromiso de sus padres, y los hijos de sus hijos luego. Porque todos tenían hambre, todos comían de la ciudad y la ciudad les daba de comer a todos. 

Hoy con las manos vacías, sí, tenemos hambre. Otra vez tenemos hambre. Nos miramos las manos vacías y el cielo extenso sobre nuestras cabezas. 

La ciudad se quedó seca, como la perra que se ha dado toda a esos famélicos cachorros suyos. y queda en puro hueso.

Nos ensordece el silencio. Y cuando no el silencio, el grito de la arena. a los oídos: el canto de la tormenta. /Así nos pule el viento.

En la sangre vi, vi, los últimos pasos. los hijos cayendo en donde acaba la noche. 

Caerán, cuando se habrán cansado. caerán, cuando sus ojos cubierto el olvido. caerán, cuando a este caminar no hallarán sentido. De manos y de rodillas sobre las piedras. Caerán.

Y  si no queda nadie para contar, qué manos recogen la espuma de nuestras desdichas?

La carne. se desprendía de los cuerpos para pegarse a las paredes, la carne. poco a poco cubría las paredes, la sangre. poco a poco subía por las paredes. Ahí, entonces, entendimos. Las paredes se cubrían de carne, se cubrían de sangre, y los ojos hundidos en las cuencas de los que aún tuvieron ojos nos vieron correr, nos vieron agolparnos en las puertas, nos vieron salir cabizbajos y temblorosos, en silencio-mudos de espanto-sordos de miedo. Nos vieron, nos vieron, y gritaban nuestros nombres allá. con su agónico silencio, tan lleno de reproches como de entendimiento. Porque ellos también ya habían entendido. 

Dejamos las puertas abiertas, las fauces abiertas de la ciudad.

La hermosa rosa. del desierto me hace volver a ti los ojos (no estos los ojos, los del recuerdo). Cuando eras tú. la flor, y yo la tierra. Ayer, antier apenas. Hace ya años. Noche, cómo cobijabas el sueño desesperado!, mi sueño. Eras el rumor de las alas. de los pájaros que levantaban vuelo. (Tu mano sobre mi frente me alivia las fiebres de los días. Dónde está tu mano?).

Habitábamos los huesos, sus huesos, del animal ciudad que un día. despertó a recobrar su carne, a recobrar su sangre.

Ciegos!, ciegos a todo fuimos, más que a arrastrar/nos lejos. largo. el futuro de nuestros días. 

Lejos. Largo.

Yo te escribo esto con los pies en el polvo del camino a modo de disculpa, para que entiendas. para que me entiendas. por qué te dejé allá, detrás de los muros, de las puertas abiertas —abiertas, que importa!, que ya no puede escapar nadie—, a tu suerte, a descarnarte en vida, a desgranarte, en la ciudad esqueleto, de la que tu carne formará la carne tu sangre su sangre, y se levantará el monstruo un día, la ciudad-monstruo, que vendrá a buscar a nuestros hijos, a los hijos de nuestros hijos. a sus nietos. //¡reclamará su carne! ¡reclamará su sangre!// más allá de los mares, en donde acaba la noche.  

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