Por Pedro Rodrigo de León
Guatemala
Bajo los cielos
hombres de maíz juegan
sobre los huesos
*
En un sanatorio privado de mala muerte, una mujer solitaria y abandonada enfrenta los dolores del parto sintiéndose una hormiga bajo el zapato.
Al otro extremo de la ciudad, una madre abraza un cuerpo inerte y agujereado que solía ser su hijo reconocido por los tatuajes.
En un barrio random, un borracho que se niega a ser padre emprende la búsqueda de una cajetilla de cigarros por 20 años.
En una calle orinada y cagada, bajo el semáforo en rojo, un niño escupe-fuego llora los traumas cuando ve un cigarro aplastado contra el suelo.
Sobre un charco profundo que dejaron las lluvias torrenciales del invierno, otro niño olvidado baila descalzo y tira piedras contra aquel espejo negro-líquido que se rompe en mil dagas de cristal volcánico que chocan con las burbujas de reluciente indiferencia que cubren a los humanos de inciertos caminos.
En la camilla de un hospital estatal y a 5 pasos de encontrarse a la calaca, un antiguo bolo que conoció a Cristo recuerda que alguna vez fue un padre y experimenta algo parecido a la melancolía.
Al borde de la madrugada una madre rota sale hacia al trabajo dando la cara al viento helado y se persigna para no llorar mientras va pensando en las crías indefensas que deja atrás.
En el cuarto oscuro, con olor a humedad y sal, el niño-adolescente le escribe poemas a la rabia y le prende fuego a la memoria y sus tomos pesados e inclasificables.
Somos ruido el de fondo.
La televisión celestial que quedó encendida con su estática mientras todo pasa.
En todos los rincones del universo las leyes de la física siguen su curso.
Somos tristes y testarudos átomos bastardos
que se empeñan en convertirse en algo más.
