Isa Hernández
España
Siento la calidez de tu abrigo en mi cuerpo desamparado
en las calles grises de las tardes frías de invierno,
donde las sombras envuelven las miradas perdidas,
en aquellas esquinas que un día transitamos ceñidos.
Mi semblante pálido se viste de añoranza inmarcesible,
y mis manos abiertas esconden mis ojos apagados,
que buscan los tuyos entre la multitud y solo ven neones,
pero recelosa avanzo como si ellos guiaran mi senda.
La nostalgia persiste e invade mis pensamientos,
ansiosa indago los movimientos de tus labios húmedos
de cuando recitabas poemas que se aferraban al viento,
y los versos se tornaban vibrantes y amorosos sentimientos.
Cuando me adentro en la morada de la arboleda de los arces
sus esqueletos me susurran y me hacen compañía,
y disponen sus ramales rebosantes de minúsculos rebrotes
que anuncian que vivirán, y se abrirán en la nueva primavera.
Extraño el calor de nuestros cuerpos abrazados
cuando jurabas que viviría para siempre nuestro amor,
y sin querer dejarme iniciaste la prematura partida al Universo,
para esperarme quedo, misterioso y paciente entre los luceros.
La tarde fría, triste y lóbrega agoniza en el crepúsculo
mientras revive tu recuerdo en mi alma adormecida,
arropada por tu esencia de esperanza, luz y fantasía,
embelesada por tus palabras llenas de retumbos de poesía.
