En la hora decisiva

Por Fernando Arranz

La habitación permanecía casi en la oscuridad desde hacía bastantes horas. La poca luz, que penetraba desde el balcón, iluminaba una cama donde se encontraba postrada una mujer con síntomas de encontrarse a las puertas del traspaso.

Junto a ella, su marido. El hombre, todo ojeroso por las muchas lágrimas derramadas, permanecía en silencio a su lado. En un momento dado, el hombre advirtió como una sombra se había escondido tras las lujosas cortinas de la habitación.

—¡Sal de ahí! —La gritó enojado —¿Quién eres? —continuó ante el silencio de aquella.

Una sombra de mujer, vestida de negro, comenzó a entreverse entre el cortinaje y el contraste de la luz penetrante.

—Me llaman de muchas maneras —dijo una voz un tanto carrasposa —Y mi misión es llevarme el cuerpo de vuestros familiares.

—¡No! —gritó el hombre con desesperanza—Apártate y no pongas tus sucias y huesudas manos sobre ella.

—Ha llegado la hora y he de llevármela…

—¡No!, mientras tenga un hálito de aliento. No, mientras su corazón palpite y sus labios de vez en cuando nos brinden una sonrisa.

La voz del esposo se hizo más lastimera y rogó a la sombra.

—Pasa por esta vez de largo y así, podré continuar teniendo sus manos en mi cara para consolarme.

Pero la Parca no quería marchar de vacío y aunque el hombre lloró amargamente, no pudo evitar que el cuerpo incorpóreo de aquella le sobrepasase, logrando poner sus manos sobre la mujer para llevársela.

Mientras, el esposo lloraba su pérdida, creyó ver a través de las lágrimas vivas como levitaba el espíritu de su mujer, apartándose de su cuerpo en busca de la eternidad.

No pudo por menos que gritar a aquella deidad infernal, que solo podría llevarse de ella los despojos de su cuerpo, ya que la esencia de su ser viviría a su lado a pesar del dolor que su ausencia le iba a provocar.

Recordaría siempre su melosa voz, sus caricias en los momentos de intimidad. También porque no su genio vivo, al que añadía su humildad para pedir perdón cuando el momento lo requería.

Ahora la ausencia de sus besos haría más duro y difícil el camino. Solo cabía una pequeña esperanza; que todo aquello fuera solo un mal sueño, y que al despertar volviera a tenerla viva a su lado.

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