El sonido de las balas

Por Darlin Florez

Mi madre y yo estábamos en la cocina haciendo la torta de naranja que días atrás vimos en su programa favorito de pastelería, la cocina es sin duda nuestro lugar de conexión, nos gusta replicar o inventar recetas cada que nos reuníamos, es en la cocina precisamente donde he escuchado las historias más increíbles contadas por ella, mi madre es la mejor contadora de historias.

Mientras yo batía a mano la mantequilla y el azúcar y ella hacía las claras a punto de nieve, vi por la ventana un pajarito negro que llamó mi atención, el sonido de su canto era diferente, y, además, para cantar debía saltar, saltaba y cantaba, cantaba y saltaba, nunca antes lo había visto, y es raro porque me gusta descubrir pájaros.

Al verme tan entretenida viendo el animalito, mi madre comenzó a contarme como de niña disfrutaba de los pajaritos, – <<En eso nos parecemos>>, me dijo; y le pedí que me contara otra vez la historia de cuando rodó por un potrero inclinado hasta casi llegar al río.

Tenía cinco años y era común que mandara callar conversaciones interesantes por el solo hecho de que no la dejaban escuchar claro el canto de cierto pajarito, se le iba el tiempo descubriendo nuevas aves y descifrando el canto de cada uno, un día la mandaron con sus hermanos mayores a traer unas vacas en un potrero un poco lejos de su casa, sus hermanos iban jugando y poca atención le prestaban; de pronto vio un colibrí, este pájaro no era nuevo para ella, ya lo había visto antes, pero no era común que llegara hasta su jardín, por eso al verlo, no dudó en seguirlo para conocer su nido, pero contó con la mala suerte de que dos metros adelante, dio un paso en falso y se salió del camino; al lado del cual, lo único que había era un potrero tan inclinado que llevaba directo al río, ella pegó un grito que advirtió a sus hermanos de lo que pasaba, pero ya nada pudieron hacer, solo verla rodar peña abajo; no cayó al río como parecía evidente, un árbol trancó su cuerpecito, sus hermanos bajaron y la encontraron inconsciente, la llevaron a casa a donde llegó como muerta, minutos después reaccionó, aquel trágico accidente conllevó a graves consecuencias; no físicas, sino psicológicas, porque le quedó el miedo eterno a perseguir pajaritos, ni siquiera conservó su hábito de observarlos y oírlos cantar.

Se extendió a seguir hablando y me contó que más o menos por esa época le entró el impulso de ser periodista; -<<jugaba a hablar con micrófono frente a la cámara improvisada con una caja, me imaginaba como esas bellas mujeres que aparecían en el noticiero, pero mi sueño era muy lejano en la situación de mi familia, éramos campesinos y aunque mis padres trabajaban mucho, apenas les alcanzaba para mantener a sus diez hijos>>, así me relató.

El pueblo de mi madre es un poco apartado y tengo entendido que casi nadie tenía la posibilidad de estudiar, ninguno de mis nueve tíos lo pudo hacer, pero mi mamá siguió soñando por varios años hasta que llegó la época de comenzar el bachillerato y sus padres con mucho esfuerzo la enviaron al pueblo más cercano donde había un buen colegio; por esa época la situación del país no era la más favorable, la violencia estaba tan asentada que se habían hecho normales las masacres, y ocurrieron varias en su pueblo; todo eso la llevó a sentir miedo por lo que pudiera pasarle a sus padres  y culpa por estar lejos de ellos.

Me dijo que su miedo más grande era recibir un día una llamada diciéndole que sus padres habían muerto, por eso, cuando terminó el bachillerato y sus padres le dijeron que no podían costear su universidad fue para ella el mejor de los regalos, era el pretexto perfecto para regresar al pueblo, y regresó decidida a no irse nunca más.

Los sueños que tuvo de niña los dejó atrás, pensó que su felicidad era estando cerca de los suyos y fue así por un tiempo, pero después de mi nacimiento otra vez afloró su pasión, la de ser periodista, y ya nada pudo hacer porque su hija era lo más importante, solo trabajaba para mí.

La enseñanza me dijo: <<Es que nunca dejes de maravillarte de las cosas pequeñas, como admirar los pajaritos, por ejemplo, y también que cuando sepas que algo es tu pasión, luches contra viento y marea, porque esa fuerza interna que nos mueve es la que lleva a los verdaderos caminos de la felicidad>>.

No es que ella se arrepienta de haber vuelto con su familia o de tenerme, solo que le hubiera gustado dar más por cumplir esos sueños de niña.

Ya estando la torta horneada, y cuando la noche empezaba a aparecer, salimos a degustarla en la esquina de la casa, vimos felices como centelleaban las lucecitas de colores en el cielo; era día de fiesta por eso había show de pólvora de luces en el pueblo, la escena se completaba con los rayos brillantes de una tormenta lejana, aquí también llovería; hacía frío y ella me acariciaba el cabello, era un cuadro idílico, solas las dos, todo era paz, hasta que al final mi madre dijo: – <<La pólvora de luces sería un buen plan si solo se viera, es que ese sonido me recuerda el día en que la guerrilla se metió al pueblo, así sonaban las balas>>.

El silencio se apoderó de mí, no supe qué decirle, pero ella remató diciéndome, -<<Ojalá nunca te pare el miedo>> -y me sonrió.

¡Cómo me gusta verla sonreír!

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