Por Adriel Natanael Miranda Lara
Ennegrecidas las cuencas, días oscuros sin comer, ocasos. Un silencio recorre los pasillos por dentro, algo creció antiguo, imperceptible, donde aquel humano que perece desaparece, cuando la frágil condición de vivir no es más que algo marchito. Quien en lecho de víboras anida a ser parte de ellas llega. Conocí a mi madre más no a primera vista, los años fueron agrandando lo que ahora llevo de ella, palabras de rabia amenazaban mis tempranos tímpanos que solo cicatrices dejaron, acostumbrado al maltrato, arrojé lo que en vida lleve al pantano, conocí la verdad de un amor sin amor, su fuego calcinó estos bosques e hicieron germinar semillas de soledad, las que pasé sin agua y devoré con hiel.
Desperté un día de mañana, el trino de las aves hacían huecos en el recuerdo, ¡sus alas! Decía de pequeño, descansé los hombros esperando por ellas silbando para que no se perdiesen al buscarme, pero en su partida el desprecio por ellos despertaba hambriento de risas y lamentos, más nada, como siempre mis quejidos frente al espejo, quien se ha convertido en un refugio donde no está ella, aunque en momentos, su forma amorfa se presenta, dormida en mis manos lisas, y arrojo con iracunda fuerza al viento que vive dentro rogando me deje solo con este horror, las agujas, los cigarrillos, el humo donde naces cuando vienes se lleva mi aliento, ¡déjame! Y el aleteo entra a tu nido detrás de lo opaco.
Bordeó a tientas el contorno que enmarca tu entrada, es de esperarse que la voz que se ausenta traiga el eco, y de nuevo esa voz terrorífica acusa mis ropas, no soy una bestia, ¿por qué me dices asno? Siente mi rostro, es tan humano como la mierda que se hace pasar por ellos, no ingiero nada porque nada me apetece, no he comido desde que dejaste de insultarme, hace no muchos días, pero en este consuelo llevo lo que me tocó de cuerpo a dónde tú, erguida y siniestra, dormitas; y veo, discreto, la mampara de aquel húmedo vidrio que refleja esta estampa, un rostro seco, inexpresivo, la misantropía me tomó de vicio y profundamente avergonzado fui convertido a rescoldos, siendo ahuyentado a la par de las aves que salen en parvada perseguida por el olvido, recorriendo sigilosas y con la misma hambre esta carne, la que huele ya, a larvas.
Es invierno aunque no queme el frío, ya es de noche y aún no amanece, busco en el suelo migajas con que alimentarme, gusanos y tierra debajo de las uñas para merendar, volteo los ojos al cielo con desesperanza discrepando al que en el azul mora evocando un poco de clemencia, mis manos no alcanzan más tu regazo, grito, aunque son más bien ruidos, pues de polvo mi lengua es, la ceniza del cigarrillo tiene más sabor que estas palabras, ávido de un resquicio por donde esta humanidad sin humanos voltee la mirada haciendo simbólica a la supuesta especie, más nada, el dios que pisó estos terrenos no alcanzó más a los que en sus ojos percibió, quizás solo para que la gente común no dejase de lado los milagros, aunque es sabido, de antemano, que dentro de aquellos lo que es visible para los mortales es apenas virtuoso para el que con ciegos camina, y discrepo de nuevo, ahora, volviendo los ojos hacia la criatura que es más un muerto, pues el cuero se apoderó de los huesos, esas delgadas líneas que cruzan parecen raíces secas, entrelazadas por la entraña que los obliga a circular su néctar, justo como lo que ahora pienso.
Mientras, a rastras, llegó a la ventana, las cortinas cenicientas con un singular aroma a mugre, la inquilina insoportable que desvistió sus colores pastel y pintó de tragedia a los tulipanes que la embellecían, envejeció junto con todo lo que desconozco cuando al rozar la noto, triste y ausente, con el horror de un niño al verse abandonado por su madre, ¡oh madre! Cuan agradecido estoy de ser lo que desechaste, con un llanto te llevo colgada cuál hoja carcomida por el incandescente sol, y dejando caer los párpados, que quisiera estuvieran ya consumidos, invoco tu maltrato sobre esta angustia, y con un furor incontrolable, torturó lo que cargo por piernas forzándolas a seguir, huyo como las antiguas aves que en su rezo me nombran a donde la sangre sacie la sed y esta carne el hambre, me detengo, miro ininterrumpidamente las manos, los dedos salían como guerreros flanqueando al enemigo, yo, a quien estos mismos he ocupado para limpiarme el recto, humillado, lamo las heridas, mientras, con guardia desprovista, los succiono hacia la laringe induciendo un vómito para ver si así, entre el gutural de mi canto y la saliva deshidratada nace un bocado, más nada, la sensación no calma, ha despertado lo que no era aún, pues dormido aparecía.
Al fin un sabor, entre el fluido un poco de hierro, era sangre, en ese intento de hacer salir hallé la providencia, ¿será posible que debajo de este estertor una cálida provisión me haya alcanzado? He probado todo, pero ahora no hay manjar más pródigo que esto, con ahínco, brinco de un lado a otro olvidando mi padecimiento, es natural, supongo, las bestias también lo harían, cuando entre los cadáveres se encuentran alguno fresco, así está mi rabia, contenida en un solo frasco, miro el opaco espejo e irrumpo su gobierno con el poroso hueso que ya está quebrado, la sangre salpicó la cortina cenicienta quien despertó de su desvelo y renació enseguida, sonrió agradecida agitando sus alas, ahora altiva de tanta gracia, miraba muda lo que a continuación acontecería, — ¡no lo hagas! — gritó el retrato de la que con gusto comería ahora, sin piedad e inefable desdén, una carcajada enardecida por la profanación de mí, pues en el desprecio apareciste después de que por injurias fuiste desterrada, ahora te veo, desfigurada entre esos trozos de vidrio pintado, lamiendo y escupiendo lo que tragarás a su momento.
Sin miedo de él, la tulpa que se escondía detrás del reflejo salió del silencio y gritando con voz aguda, perforó hasta al mismo polvo, ¡hazlo, no desesperes tus ansías! Habló su recuerdo dentro de mi voz cortada, y siguió, he sido emancipada por sueños húmedos con tu asqueroso semen, si no me equivoco, más ahora, en este momento donde nazco, te abandonó, después de haber probado los gusanos que ya traes, como la humana frialdad que expresa el hermano, sin raíz de argumento que resista su camino, ¡anda! ¿Qué esperas asno? Seguidamente, con el tono aun ardiente de su voz cortante, tomé por distancia la más larga esquirla, las manos enfurecieron tomando color y con una cortada visceral me rasgué el abdomen, corté hondo hasta que no hubo más filo, aunque para ser solo humo lo hundí tan profundo que lo dejé dentro, pero no me contuve, con la habitación desolada y un rastro de luz entrando por la vereda de un agujero, colmé gustoso los alimentos, saqué de un solo jalón unos cuantos órganos, estaban aún tibios, cuando, entre el charco de sangre que mermaba la fuerza mordí su carne, mientras, entre llantos cercenaba tu carne, madre, y reí inconsolable hasta que lo último que quedó fue, sin final, la calca de esa mujer atrapada en el espejo que me dijo al oído con sorna, te amo sin merecerlo, arrojado ahora a esa miseria, con uno de los fragmentos que constituyen mi especie, detesté lo que fui, no lo que en circunstancias me lleve a la boca, pues tú, ajena intrusa, te llevaste entre tus labios el amor que nunca existió, descarada e inefectiva, te ofrezco esta ofrenda en virtud de lo que con saliva y angustias creaste, miré al cielo desconsolado buscando tu velo, más encontré solo silencio y arrogancia, así pues, te abandono con la alegría de llevarme un bocado, esta carne que brotó de ti y con ella a los gusanos que comerán, por vez primera, lo que consumado está. Un suspiro hirió mis pulmones, el néctar les llegó justo a la hora, con llanto ambiguo esta herida suturo, pues de esto que en camastro carmesí quedó, solo sobras y el asno que por boca propia, vomitaste.
Las cortinas que pintadas fueron, escurrieron la sonrisa y el escurridizo rayo del sol que entre el polvo se escondió, desvaneció para no volver a salir, jamás.
