Por Ana Karina Hernández Bravo
Es en esta época del año cuando pareciera que a través del viento corren voces, pero ese día parecía que era la misma voz que se replicaba una y otra vez. Fue solo una voz la que escuché sobre todas las demás, sobre todas las demás. Era una voz casi angelical, casi irreal. Casi.
Ese día me encontraba en mi labor común, cortaba el pasto y regaba las flores, esas que solo aparecen una vez al año sobre las tumbas. Me parecía irónico y al mismo tiempo bello que la vida y la muerte pudieran existir en el mismo espacio de tal manera. Mi familia llevaba años dedicándose a esto que ya habían dejado de disfrutar y apreciar esos detalles tanto como yo, me llamaban loco por hacerlo y no solo ellos, en el pueblo me había ganado esa fama, todo el mundo me decía que prefería a la gente muerta que viva, pero yo quería a ambas. Quería que, así como las flores y las tumbas podían existir juntas, nosotros también. No mirar algunos hechos como imposibles o con temor, tan solo que aceptáramos que también son parte de nuestro mundo o de lo que habíamos construido como mundo.
Entonces escuché esa voz, al principio no le presté atención, sabía que era algo normal de escuchar por aquí, sin embargo, se escuchó más cerca y más… viva. Comencé a caminar por donde la voz me guiaba, sin darme cuenta ya estaba entre árboles y alejado, muy alejado de donde me encontraba, lo que me pareció extraño, ya que la voz se escuchaba más cerca de lo que en realidad estaba. Miré a mí alrededor para ver de dónde provenía, durante unos segundos no se escuchó nada y luego… la voz. Era como si estuviera cantando en otro idioma que no comprendía y aunque no supiera qué decía, sonaba celestial, después ese canto se convirtió en un llanto. Cuando estuve más cerca lo primero que llamó mi atención fue un hermoso rebozo con flores bordadas y otras figuras de colores llamativos, nunca había visto algo así por este lugar. Le cubría toda la espalda y parte de la cabeza. Volteó lentamente cuando notó mi presencia y lo que vi después me dejó… más que asombrado, sentía que la mandíbula se me caía a los pies.
No sé cómo empezar a describirla, solo sé que lo que me hizo sentir fue algo que no era normal en este mundo, era bella, tan bella que me sentí intimidado por unos segundos y también por unos segundos me pareció que se trataba de cierta imagen celestial. Era una mujer joven, parecía de mi edad. Ella me miró con aquellos ojos marrones que me recordaron a la tierra cuando apenas comienza a humedecerse.
“¿Le puedo ayudar en algo?”, logré pronunciar con dificultad. Ella sonrió y con un gesto me indicó que me acercara. Estaba sentada sobre la tumba, lo que hizo crecer más mi curiosidad hacia esa extraña mujer. Comenzamos a hablar sobre la belleza de las flores que viven una vez al año, llegamos a la conclusión de que eso las hacía fascinantes y es que junto con ellas también venían y se iban las voces que recorrían el lugar, se mueven con gracia, de alguna forma traen a la vida lo que se ha ido.
Estuve conversando con aquella mujer misteriosa durante un rato, le pregunté sí conocía a la persona que estaba en la tumba por su llanto de hace unos momentos y ella me respondió “Sí, lo conozco a él y a todos, a cualquier persona que haya escuchado hablar de mí”, no sabía a lo que se refería, pero decidí no insistir. Pasó un rato hasta que su llanto se calmó y comenzamos a caminar por el campo, ella iba acariciando las flores.
—¿Alguna vez te has enamorado? —me preguntó.
—No soy el indicado para hablar de amores.
—¿Por qué? —me miró curiosa.
—Soy un fracaso para esas cosas. He llorado y he sufrido por amar a quien no debía y el futuro de casarme con alguien ya lo veo muy, muy lejano.
—Entonces sabes lo que es amar, ¿no es lo que dicen por aquí?
Yo solo asentí. Ambos nos reímos de las desgracias del otro, aunque ella no quiso decir mucho sobre su vida o sobre quién era. Y sin darnos cuenta, la noche nos cayó. Ella se puso de pie, comenzó a caminar y yo fui detrás, de inmediato me detuvo.
—No quieres ir a dónde voy.
—¿A dónde vas? ¿En dónde vives?
—Cerca del río.
—Voy contigo.
—No puedo llevarte. Todavía no.
—Quiero que me lleves.
Ella me miró dudosa, solo por algunos segundos y luego accedió. Tomé mi caballo y comenzamos un largo camino hacia el río, no sabía que aquella misteriosa mujer vivía a los alrededores del río, era un camino algo difícil de cruzar del río hasta el lugar donde trabajaba yo. Por ninguna parte veía la casa de la mujer, ella tomó asiento en un tronco que estaba cerca del río y me invitó a sentarme. “¿Por qué quisiste venir conmigo? ¿No hay alguien que te espere?”, preguntó, “Porque siento que debí venir contigo”.
No había ninguna mentira en las palabras que decía. Nos quedamos en silencio viendo hacia el río. Conforme pasaba el tiempo, el frío se iba colando entre mis huesos y parecía que a ella no le pasaba lo mismo, me atreví a preguntar “¿Y si compartimos el rebozo?”, ella me sonrió algo triste, volvió a preguntar “¿Estás seguro de que no quieres irte?”, “No”, respondí.
Ella extendió su rebozo y me cubrió, comencé a sentir un sueño muy pesado después de un rato. Por más que quisiera mantener los ojos abiertos, se me cerraban involuntariamente, lo último que recuerdo decir es, “¿Algún día conoceré tu nombre?” y lo único que escuche fue, “Muchas personas me conocen de muchas maneras”.
Desperté en un campo cubierto de flores, similar al que había en dónde trabajaba, estaba demasiado soleado, el cielo completamente azul, era un lugar tan bello que daba mucha paz. De repente a lo lejos vi la figura de una mujer, no era la mujer con la que había estado pasando el tiempo, era una mujer todavía más familiar y cuando volteó lo supe. Era mi madre. Corrí y corrí a través del campo de flores hacia donde ella estaba, con lágrimas en los ojos la abracé y ella a mí, puesto que hace mucho tiempo nos habíamos dado el último beso.
—¿Qué haces aquí mamá? O más bien… ¿qué hago yo aquí?
—Ella te trajo de nuevo a mis brazos, hijo —señaló a la mujer con la que había estado.
Esa fue la última vez que la vi. Una mujer que guardaba muchos misterios en esos bellos ojos, que quizás ni ella misma conocía su historia, cuyo único propósito era reunirnos con aquellos que extrañamos. Con el tiempo me fui acostumbrando al nuevo lugar al que me trajo a vivir, aquí no tenía que trabajar, solo descansar, aquí cada vez que alguien corría por el campo de flores para reencontrarse con su gente, abajo el viento movía las mismas flores. Con el tiempo, ella fue trayendo al resto de mi familia, primero mi padre y luego a mis hermanos, hasta que estuvimos completos para vivir en un sueño eterno.
