Por Robinson Quintero Ruiz
La mejor amiga de infancia de su mujer estaba pasando por una situación particular, bastante angustiante. Se había quedado sin empleo y había tenido que dejar a sus tres hijos varones en casa de su antigua pareja. Brenda, como se llamaba la amiga de su mujer, iba a venir a pasar un par de semanas en casa a ver si podía despegarse de las dificultades y volver a comenzar todo con el pie derecho. Rubén no la conocía de manera personal. Solo había escuchado hablar de ella a través de su mujer. Él estaba de luto por lo del fallecimiento de su padre y el hijo mayor de su anterior matrimonio vivía ahora con ellos en esta vivienda. Leila, su mujer, lo llamó al trabajo para ponerlo al tanto de la situación días antes. Llegaron a un acuerdo. Él no vio ningún inconveniente en que Brenda se quedase con ellos quince días.
El hijo mayor de Rubén, Samuel, también estaba en apuros. Así había pasado todo lo que iba corrido del año. Desde finales de marzo, cuando su mujer lo abandonó. Pero hacía solo unas semanas, justo antes del mes de octubre, se vino a vivir a casa de su padre y Leila. Samuel tenía pensado irse a buscar nuevos horizontes en la capital del país cuando pasasen las navidades.
Los tres estaban arreglando las cosas del hogar en cuanto a la limpieza general de fin de semana cuando Brenda llegó. La noche anterior había llovido por más de dos horas. Hoy las nubes se habían amontonado en horas del amanecer y las posibilidades de próximas lluvias eran notorias en toda la ciudad. Sentada en un sillón de la terraza delantera, Leila, tomaba un corto descanso para luego poder proseguir con las tareas pendientes de su rutina doméstica. Hoy no cocinaría en la hora del almuerzo. Ordenarían la comida en alguno de los restaurantes cercanos. Brenda se bajó del taxi con un cigarrillo encendido en la mano. Samuel y su padre cantaban corridos mexicanos. Eran las once treinta minutos de una mañana de sábado. Ninguno de los tres tenía aún hambre. Sin embargo, estaban impacientes por hacer el pedido correspondiente. Brenda traía el cabello recién lavado y traía gafas de sol puestas. El maletín que traía consigo era bastante pequeño. Leila de inmediato la presentó a su marido y a su hijastro, luego la llevó a instalarse en el cuarto posterior. Brenda se colocó un jeans y una camiseta informal de franela. Quería tomar café como era su costumbre luego de fumar un cigarrillo. Terminó el café ofrecido por Leila. Sacó del maletín unas bolsas plásticas y se las ofreció a su amiga, quizás servían para echar algo de basura en ellas.
-Toma, estas bolsas te pueden servir para lo de la limpieza.
-Déjalas ahí, Brenda. De verdad que van a ser de mucha utilidad- las dos mujeres salieron del cuarto y se unieron en la sala a Samuel y Rubén.
Brenda fue hasta la ventana y miró la calle solitaria. Preguntó en qué podría ayudar, pero ya la limpieza estaba por terminar. Leila le pidió a su amiga que hiciera lo del pedido del almuerzo por teléfono. Un avión giró en el cielo nublado y llenó de ruido toda la instancia. Brenda tenía un poco más de treinta años, era atractiva y callada, con el cabello prematuramente gris. Había viajado por muchos lugares del país. Le encantaba viajar en clase económica y casi siempre sola. Los temas de los que le encantaba hablar eran la acupuntura, los viajes y el tenis. Era bastante descomplicada para vestir. Rubén y Samuel estaban acomodando los muebles cuando sonó el teléfono. Rubén fue a contestar el teléfono.
-Si- dijo con voz cortante.
-Hola, Rubén, ¿cómo estás?- era Leonor, la exmujer de su hijo.
-Muy bien, ¿cómo vas, hija?
-Bastante preocupada. Me llamaron del banco para informarme que Samuel no ha cumplido con lo del acuerdo de pago. Usted bien sabe que yo le serví de codeudor para lo del crédito.
-Bueno, él está aquí conmigo, ¿si quieres te lo paso y hablan del asunto?
-No, dele el recado y ojalá pueda resolver este inconveniente cuanto antes. Me saluda a Leila, gracias- Rubén colgó y de inmediato le dio la razón a su hijo, quien tomó la notificación con mucha molestia. Brenda y Leila se quedaron calladas, ordenando la mesa para el almuerzo.
Horas después de haber dejado la casa en orden, Rubén y Leila salieron al supermercado para la compra de las cosas de la semana. Samuel se quedó encerrado en su cuarto mientras Brenda miraba un programa de variedades en la televisión por cable. El fluido eléctrico se fue en el vecindario. La casa quedó en penumbras. Samuel salió de su cuarto y se disponía a pasear por los alrededores. Brenda le preguntó si podía acompañarlo. Ella retiró la silla donde estaba sentada hacia atrás y se levantó. Sus ojos eran refulgentes, de un color verde claro. Samuel se acercó a ella y la rodeó torpemente por la cintura con los brazos. Ella se dejó besar, agitada y trémula, y durante un instante fugaz cerró los parpados.
-Es extraño- dijo Brenda.
-Sí, es muy extraño- respondió Samuel. Se tomaron de la mano y recorrieron el breve trecho hasta la puerta. Cuando Samuel habló, Brenda apenas pudo oír sus palabras. Ella tenía los labios abiertos, y su respiración era pesada, expectante. Se quedaron allí, quietos. Abrazados. Se apoyaron contra la puerta, como en contra de un viento, el uno en brazos del otro.
