Por Marco Lugo Victoria
Ayer pude ver mi fin
sobre la mujer:
la única que he amado
y odiado
por partes iguales:
se cierne la amenaza:
el torbellino de letras
y arena
que salen de sus entrañas.
Me vi frágil,
expuesto, sensible,
sin piel:
lentamente cortada
por sus dedos-muchedumbre;
hasta que mi sangre
se transformaba
en una vegetación líquida
e inmediatamente
poblaba las esquinas,
callejones, dormitorios,
muslos, labios:
nuestra casa,
dejando a su paso
un tatuaje horrible,
con un ardor
que nos obliga
cada noche
a recitar el nombre del tercero
a los ojos de las avenidas
(que se abren)
y ahí…
uno a uno,
los perros románticos
en fila tecleamos nuestras verdades
sobre la nube teórica:
Dios.
Ahí reside la iluminación,
nuestra definición de amor,
lo correcto, lo inapelable.
Ofrendo mi vida:
a ti mi amor,
a los sin-sentidos,
a Sísifo y su piedra,
para que podamos orinar
a gusto
cualquier farol y muro.
Que descanse en Paz…
la poesía
(pasión),
o mejor dicho
que descanse…
en los intratables,
en los artistas anónimos,
que como nosotros
conocen las respuestas
cuando le preguntamos al polvo
y este permanece en silencio.
