Por Miguel Ángel Acquesta (Argentina)
Arroyo Esperita. Tigre. Primavera de 2022.
Y al fin y al cabo no es más que espectáculo la vida. “Abel Sánchez” (1917), Miguel de Unamuno
Juli se hartó de la vida en la ciudad. Se la pasaba viajando en colectivos o subtes siempre repletos de personas desahuciadas, desde su departamento en el barrio de Once hacia los cuatro puntos cardinales. La bicicleta no le resultó una solución, el tráfico, desordenado y agresivo, le daba miedo. Tras haber disfrutado unos días en el verano en casa de una amiga en las Islas del Delta tomó la decisión de mudarse allí. Renunció a sus horas cátedra en diversas escuelas, aceptó el ofrecimiento de un trabajo en el área de marketing para una empresa europea. Se decidió por ese empleo porque podría hacerlo en la modalidad home office y se adecuaba a la perfección a sus nuevos planes.
Con la ayuda de Emi, su amiga, conocedora de la zona consiguió alquilar a un precio conveniente una casita en la primera sección del Delta, más precisamente en el Arroyo Esperita a media hora del Puerto de Tigre. Le devolvió el departamento a su tía que se lo alquilaba por un valor simbólico y con la ayuda de algunos amigos hicieron la mudanza de sus cosas en tren y lancha.
Se adaptó muy rápido al nuevo lugar, al poco tiempo se sentía una isleña más. Por momentos creía haber nacido allí y no en Villa Crespo. Se mudó con ella su amado perro Ramsés. Un animal mediano de raza indefinida, nutrido pelamen marrón y carácter muy apacible, que también se asimiló con facilidad a esa vida pacífica en contacto con la naturaleza. Muy pronto imitó a su dueña y se animó a internarse en el río que en esa zona era poco profundo y apacible, salvo cuando pasaban las lanchas a motor cada vez más poderosas. Los nuevos ricos no encuentran fronteras en su avance desbastador. Desde ese momento, cuando el clima lo permitía no dudaba en meterse a nadar un rato en el agua café con leche.
Esa tarde Ramsés, como de costumbre, dejó de hacer pereza debajo de uno de los árboles que rodeaban la casa y se dirigió a la orilla. Juli había reemplazado el fluido contacto humano que tenía antes de mudarse a la isla por el uso constante de las redes sociales. Se había convertido en una fanática del streaming. Casi todo lo que hacía lo trasmitía en directo para que sus seguidores compartieran la experiencia. La vida no es más que una sucesión de experiencias.
Ese día no fue la excepción. Sacó el celular del bolsillo trasero del jean y comenzó a trasmitir las andanzas de Ramsés, que ingresaba seguro al río a disfrutar de su baño diario.
Juli iba grabando las habilidades de su amado perro en el agua marrón. Resultó ser un buen nadador el can porteño. Mientras lo hacía, alentaba al animal con exclamaciones entusiastas:
“Bravo mi campeón” “Sí, así Ramsés muy biennnnnnnn” “A ver como nada mi amor” “Biennnn miren lo que es este perro” exclamaba para alegría de sus escasos seguidores.
En una de las mesas del café Martínez de Corrientes y Bulnes, su amiga Flor sonriendo seguía en su celular la transmisión en vivo de Juli
“¡Bien…miren lo que es este perro!”.
Vio que la mascota empezaba a patalear desordenadamente. Una poderosa ola producida por el paso de una lancha grande se lo llevó para el centro del río en dirección al Espera. Su sonrisa se borró.
“! No…no…nooo!” escuchó gritar a su amiga con tono desesperado.
“! Ramsés, Ramsés ¡”.
El perro ya no se veía en la superficie. El llanto agitado de Juli cerró la transmisión de ese día.
